DISCURSO PARA EL DÍA DEL PROFESOR UNIVERSITARIO ─ Iglú, CU│23 de junio de 2017

Hoy, nuestra querida universidad reconoce y premia la excelencia académica del profesor universitario. Este acontecimiento, además, de constituir motivo de justo orgullo gremial, nos obliga a reflexionar sobre el papel del docente carolino en este momento histórico, en el cual el paradigma educativo neoliberal domina el horizonte del proceso enseñanza-aprendizaje en nuestro medio y en el resto del mundo.

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En efecto, el ideal educativo utilitarista y pragmático ha cundido en el planeta con su ideal de educar concienzudamente a las élites para que gobiernen, y en recetarles a las masas el aprendizaje de meros oficios junto el acceso irrestricto a la entretención banal las 24 horas del día. Como resultado de esto, el mundo ha experimentado un deterioro general de los sistemas educativos nacionales en todos los planos. Tanto en los pregrados como en los posgrados. Hecho que ha originado legiones de profesionales mediocres que a su vez reproducen su escaso conocimiento formando subalternos que ya no vislumbran lo que pueda ser la calidad educativa y mucho menos la excelencia académica y las vocaciones cognitivas.

Esta pesadilla cultural debe acabar, si es que queremos una humanidad capaz de engrandecer la acumulación civilizatoria que heredamos de los esfuerzos que por siglos ha realizado la especie humana en materia de conocimiento científico y desarrollo cultural.

En este marco de reflexión, jamás debemos olvidar que nos hallamos en el espacio de la educación pública, laica y gratuita. Y no en el ámbito privado en el que el conocimiento adquiere la categoría de una mercancía que se vende y se compra con el sólo objetivo de capacitar a los educandos en saberes útiles a la perenne ampliación de márgenes de lucro de los propietarios de empresas y negocios diversos. Tampoco, que la educación pública se debe al pueblo, a las masas, porque responde al ideal de educar a las mayorías y no sólo a las élites, pues las mayorías constituyen los conjuntos de ciudadanos sobre los cuales recae la soberanía de los pueblos y la responsabilidad de quitar y poner gobernantes. No podemos olvidar asimismo que es el pueblo quien financia la educación pública y que con sobrada razón espera de ella lo mejor. De hecho, la educación pública sirve para forjar ciudadanos cultos y conscientes de su papel histórico, el cual consiste a su vez en fiscalizar al poder político y en moldearlo según el interés nacional y no según el de grupos reducidos dentro de la sociedad. En esto consiste el ejercicio de la ciudadanía. La educación pública es, pues, por definición, una educación para las mayorías. Y es a éstas a las cuales los docentes nos debemos.

En tal sentido, nuestro deber como profesores de una universidad que, como la nuestra, tiene una rica tradición democrática-popular, es ―en esta hora de hegemonía del neoliberalismo educativo― reinstaurar en el sitial que le corresponde al pensamiento crítico, histórico, analítico y práctico para resolver problemas concretos en nuestro espacio nacional.

¿Y qué es el pensamiento crítico?

El pensamiento crítico es aquel que resulta del ejercicio libre del criterio. Pues, como decía Martí, la crítica no es otra cosa que este ejercicio. No es el señalamiento negativo de errores, sino la capacidad de ejercer el criterio propio con libertad. No el de otra persona, sino el propio. Y este criterio debe ser formado. Aquí es en donde aparece el deber-ser del docente carolino, la ética y la moral educativa del profesor universitario de nuestra casa de estudios. ¿Cómo se contribuye a que los estudiantes se formen un criterio propio y no imitativo? Pues, enseñándolos a realizar análisis, síntesis, conclusiones y propuestas de solución ante a los problemas concretos a los que la realidad inmediata nos enfrenta. Y esta habilidad tiene que ir enmarcada en la historicidad de lo que se analiza porque lo que no se comprende en su historia, no se comprende del todo. Asimismo, debe acompañarse de una voluntad de radicalidad, es decir, de ir a la raíz causal de lo que se analiza, para explicar satisfactoriamente la naturaleza exacta de nuestros objetos de estudio y, en consecuencia, el cauce previsible de sus desarrollos. La educación debe ser, pues, histórica, crítica y radical a la hora de realizar análisis, síntesis, conclusiones y propuestas de solución.

Como se sabe, el análisis es la descomposición del todo que constituye nuestro objeto de estudio en las partes que lo integran y que lo hacen ser lo que es y funcionar como funciona. La síntesis es la recomposición de esas partes en un todo cognitivo que explica la naturaleza exacta del objeto de estudio, así como su funcionamiento y sus relaciones con otros fenómenos en su historia mediata e inmediata. Del ejercicio del análisis y la síntesis surgen las conclusiones respecto de lo estudiado, y también las propuestas de solución a los problemas que lo analizado plantea. Así opera el pensamiento crítico. Y es esta manera de conocer científicamente la que debemos hacer valer frente a formas superficiales de conocimiento que sólo revolotean sobre los objetos de estudio e informan al estudiante de aspectos dispersos de los mismos de manera aislada, inconexa, yuxtapuesta y sin relacionar a unos con otros, logrando con ello formar profesionales incapaces de explicarse los porqués de los hechos concretos de la vida en sociedad, pues no pueden establecer nexos de causalidad entre los fenómenos y, en consecuencia, jamás llegan a tener una visión dinámica y de conjunto que les explique el movimiento de lo concreto, sus causas, desarrollos y desenlaces.

La enseñanza del pensamiento crítico es la manera como se encarna la ética y la moral docente del profesor carolino en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Este debe ser su objetivo para cumplir con la obligación de restituirle a nuestra casa de estudios el sitial que le corresponde como una de las universidades con mayor excelencia académica de América Latina. Se lo debemos en vista de todo lo que nos ha dado a los docentes en particular y al pueblo de Guatemala en general a lo largo de su gloriosa historia de civismo y consecuencia con el interés colectivo.

Queridos colegas docentes universitarios: que este día en que se premia la excelencia académica de los mejores de entre ustedes, sea motivo para proponernos redoblar esfuerzos a fin de elevar la calidad de nuestro trabajo mediante el ejercicio disciplinado del conocimiento crítico en el aula. Sólo así seremos consecuentes con el lema universitario y de verdad podremos decir que en efecto vamos y enseñamos a los demás, a la vez que aprendemos de todos, pues sin esa humildad nuestro gesto sucumbe en la soberbia intelectual y no alcanza el civismo que ha caracterizado por siglos a nuestra querida casa de estudios.

Enhorabuena a los laureados de hoy. Que su ejemplo sea un incentivo para esforzarnos más en la hermosa tarea de hacer de nuestra universidad una institución académica de primer orden en el concierto de universidades del mundo. Este debe ser nuestro compromiso, y esta debe ser nuestra mayor satisfacción cívica. Y digo nuestra mayor satisfacción cívica porque siendo nuestra universidad una institución pública, es también una institución altamente política. Lo cual la obliga justamente a ostentar una indiscutible excelencia académica, pues, para una universidad, la manera más efectiva de hacer política y tener influencia en la sociedad es mediante su alta calidad educativa. A una universidad no se le exige capacidad de movilización de masas ni presencia en partidos políticos ni en negociaciones de poder extra-universitario. Se le exige excelencia académica. En nuestras manos está, queridos colegas docentes, investigadores, egresados y estudiantes, encarnar esa calidad cognitiva en el aula y fuera de ella. Se lo debemos al Alma Mater de la que somos hijos. Se lo debemos al pueblo que nutre a esa Alma Mater. Se lo debemos a los universitarios que todavía no han nacido y a su derecho a la educación pública, laica y gratuita. Se lo debemos, en fin, a nuestro propio sentido del profesionalismo y de la dignidad personal.

Es mi mayor deseo que entre todos alcancemos esta meta por medio de una radical Reforma Universitaria que reivindique el pensamiento crítico mediante el análisis y la síntesis históricas y radicales, para que seamos capaces de forjar una amplia clase intelectual guatemalteca capaz de reformar no sólo nuestra universidad, sino también de democratizar nuestra economía, nuestra política y nuestra interculturalidad.

En esta magna empresa, la Universidad de San Carlos de Guatemala está destinada ocupar la vanguardia y a no conformarse con nada menos. Y, como parte de ella, la eficiente labor académica de sus profesores resulta ser la tarea más importante de todas, pues son ellos la fuente de conocimiento inmediato para sus estudiantes, así como su más cercano ejemplo ético y moral durante el importante período formativo de la juventud.

Dicho esto, no me resta sino hacer votos por que la excelencia y la responsabilidad académica nos acompañen siempre, queridos colegas, pues sólo asumiéndolas mediante la decisión y el aplomo que surgen de las convicciones firmes podremos, con toda la dignidad y la autoridad moral del caso, ir y de veras enseñar a todos.

Muchas gracias.

Mario Roberto Morales ─ Iglú, CU│23/06/2017

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