Marx llamó “reino de la necesidad” al largo ciclo histórico en el que la supervivencia depende del “trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos”. Y este lapso incluye la prehistoria y la historia de las civilizaciones. Por eso decía: “Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción. A medida que se desarrolla, desarrollándose con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas que satisfacen aquellas necesidades”.
Lo cual no quiere decir que por ello la humanidad deje atrás este reino, pues el mismo seguirá extendiéndose en la medida en que la satisfacción de necesidades y la producción de riqueza dependan de la incesante creación de más y más necesidades. Este reino sólo dará paso al “reino de la libertad” cuando el trabajo humano ya no se agote sólo en la satisfacción de las necesidades externas. Y esto, según Marx, sólo empezará cuando el desarrollo de las fuerzas productivas permita que:
“El hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo este un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad que, sin embargo, sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad”.
En otras palabras, la base de la libertad es la necesidad externa superada, la producción material dejada atrás como supervivencia gracias al desarrollo de la fuerzas productivas y de su común manejo humano, el cual consiste en no “dejarse dominar por ellas como por un poder ciego”, sino en ponerlas al servicio de nuestra “esencia humana libre y creadora”. Este estadio de la humanidad es, en Marx, utópico, y se llama comunismo. Y, al contrario de lo que suponen los dueños de la necesidad ajena: “El comunismo no priva al hombre de la libertad de apropiarse del fruto de su trabajo; lo único de lo que lo priva es de la libertad de esclavizar a otros por medio de tales apropiaciones”.
Y esto porque el reino de la libertad ya no crea condiciones ni razones para apropiarse del fruto del trabajo de nadie. En el reino de la libertad no puede haber coacciones. Por eso mismo acotaba Engels: “Cuando sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir”, ya que no habrá necesidad de encargarse de evitar que alguien se apropie del trabajo ajeno. Por eso fue que el mordaz Karl dijo: “Nadie combate la libertad; a lo sumo combate la libertad de los demás. La libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos”. Y cuando ha existido como derecho de todos, no por fuerza ha existido de hecho, pues los derechos no son hechos sino hasta que se ejercen en la práctica. Por eso es tan cómodo luchar sólo por derechos.
El camino a la libertad es la lucha por salir del reino de la necesidad. Mientras esto no se logre, sólo la lucha nos hace libres.
─Por: Mario Roberto Morales