EL MUNDO DE LAS COSAS – La agonía del valor humano

“En las etapas precapitalistas de la sociedad, el comercio gobierna a la industria. En la sociedad moderna ocurre al contrario”. Este aserto de Marx describe la evolución que determina el paso de las fuerzas productivas al capitalismo. Antes del capital, es decir, antes de que hubiese dinero que como tal produjese más dinero, el comercio regía la producción manufacturera, y se podía afirmar que la demanda condicionaba la oferta.

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Pero en la medida en que los comerciantes acumularon suficiente dinero como para prestarlo a interés e invertirlo, inventaron espontáneamente el capital financiero y endeudaron a las monarquías erigiéndose en triunfantes banqueros e industriales burgueses (habitantes de los burgos o barrios de mercaderes surgidos en torno a las edificaciones medievales), y su producción industrial de mercancías empezó a regir el curso del comercio y la expansión de los mercados, la demanda consumista y la vida social. Daba inicio la era en que la producción de cosas determinaría no sólo el comercio, sino toda la actividad humana derivada del intercambio de bienes y servicios a cambio de dinero. Los objetos se enseñoreaban del hombre y empezaban a convertirlo en esclavo de su producción y de su consumo.

Había comenzado también la desvalorización humana por cosificación, pues la “esencia humana libre y creadora” empezó a girar en torno a las necesidades de la producción industrial, privativas, claro está, de quienes tenían capital para el efecto; y la creación y satisfacción de necesidades rigió la ética y la moral. Por eso asentaba Marx:

“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.

Pues en ese mundo somos lo que tenemos. No lo que sentimos ni lo que pensamos. Y esto no se supera con buena voluntad ni con “pensamientos positivos” ni con caridad ni beneficencia, pues “el modo de producción de la vida material condiciona los procesos de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Con lo cual el sabio Karl nos decía que ningún moralismo al uso puede sacarnos de la sujeción del mundo de las cosas, del fetichismo de la mercancía, el cual consiste en otorgarle a las cosas un valor en sí mismas más poderoso que la conciencia y la libertad humanas; que las condiciones concretas sólo se cambian con otras condiciones concretas, y que todo este proceso histórico ha sido necesario y es la condición de su superación.

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El mundo de las cosas anula la dignidad humana cuando comer se convierte en una actividad cuya condición es cosificarse vendiendo la propia fuerza de trabajo en calidad de mercancía. De aquí el sentido de esta frase del tosco Karl, que desconcierta a ciertos incautos: “El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan”. Lo cual no quiere decir que se pueda vivir sólo de respeto y sin pan, sino que el mero hecho de comer no dignifica, sobre todo si para hacerlo hemos de humillar nuestro valor humano convirtiéndolo en valor de cosa. Esta es la base de la burguesa “cultura y ética del trabajo” que se les endilga a los trabajadores manuales (únicos creadores directos de riqueza) por parte de quienes planifican y dirigen la producción manual de cosas cuyo consumo compulsivo es el alma del sistema.

En la era del Becerro de Oro, del Reino de Mamón, no preguntéis, pues, por la causa de la crisis de valores morales. Si el ser humano se sabe cosa, actúa como tal.

─Por: Mario Roberto Morales

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