Es conocida la devoción de Marx por la Commedia de Dante, en especial por el “Purgatorio” y por el “Infierno”. Al punto de que, en su afán por dotar a la economía política de un respetable estatuto científico que la distinguiera de la ideología económica burguesa, al inicio de su Contribución a la crítica de la economía política rememoró al “gran florentino” con estas palabras: “A las puertas de la ciencia, como a las del infierno, debería estamparse esta sentencia: ‘Abandónese aquí toda esperanza; mátese aquí cualquier vileza’.”

Quería decir con esto que la simple voluntad no puede contra la certeza de la ciencia. Que para valerse de la ley científica, primero hay que aceptarla y obedecerla. El símil con el infierno de Dante apelaba tal vez a los deslices cristianos del pensamiento materialista de su época, como por ejemplo el de Feuerbach, el cual Marx criticaba porque, como ocurre con el de la actualidad, en él solía colarse insidiosamente el voluntarismo biempensante o wishful thinking como “solución” posible a los problemas concretos. Esta perniciosa creencia que —al otorgarle a la buena voluntad un poder ficticio sobre las leyes que rigen el desarrollo social y económico— confunde justicia con beneficencia (y amor al prójimo con lástima caritativa), contaminó también todo el idealismo socialista del siglo XIX.

Precisamente porque Marx trabajó según los métodos de las ciencias, a él sólo puede criticársele con propiedad mediante argumentos inspirados en juicios científicos. La crítica ideológica no lo toca. A lo sumo puede envenenar la mente de uno que otro ignorante de esos que equiparan el pensamiento liberal con el anticomunismo de guerra fría y el neoliberalismo privatizador con “la libertad” humana, y que creen que el goloso Karl se comía un niño asado en el almuerzo y otro, al horno, en la cena. A esos pobres huérfanos de seso más les valiera leer la correspondencia del Karl enamorado de su esposa, para que aprendan una pizca del arte de amar y del de seducir. También los recuerdos de su hija sobre la clase de padre que el gordo Karl fue en su vida burguesa. Y las cartas entre él y Engels, para disfrutar del sentido del humor que unió a ambos como entrañables y leales amigos hasta la muerte.
Pedirles a los ignorantes críticos gratuitos de Marx que lean los textos mencionados antes o sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y las Formaciones económicas precapitalistas, para citar unos pocos libros básicos, es pedirle peras al olmo, como bien reza el lugar común. Por ello, permítaseme citar otras palabras del filósofo de Tréveris cuando, al inicio de El capital, burlonamente vuelve a rememorar a Dante, esta vez en el momento en que, en el purgatorio, Virgilio le ordena seguirlo sin prestar oídos a las murmuraciones de los maledicentes. El sabio Karl, desestimando las críticas erráticas, el wishful thinking y la vileza de los ignorantes que no le llegan a las tabas, modifica el verso dantesco y escribe:
“Bienvenida sea cualquier crítica inspirada en un juicio científico. Contra los prejuicios de la llamada ‘opinión pública’, a la que nunca hice concesiones, mi divisa es, hoy como ayer, la frase del gran florentino: ‘Sigue tu curso, y deja que la gente hable’.”
En otras palabras, deja que los necios vociferen su impotencia, su mediocridad y su ignorancia, pues hacerles eco es exponerlos más a su impúdico candor, y eso resulta penoso. Después de todo, su pequeñez no les quita su humanidad. Sólo se las disminuye un poco. O mucho.