El trabajo enajenado no es algo natural. Es una construcción histórica superable. Utopía no equivale a factibilidad. El darwinismo social endilga una causa natural a la injusticia. Y el fundamentalismo cristiano santifica la explotación del prójimo. Como se ve, la crítica ideológica del neoliberalismo no toca a Marx. Sólo calienta mentalidades frívolas.
─CALOR PARA UNA MENTE FRÍVOLA─
Armando de la Torre (Siglo XXI 17-1-10) afirma que, a diferencia del deporte, “el trabajo disciplinado y productivo no es un juego, es mera rutina para la supervivencia. Ese fue el gran vacío en la memoria de Marx cuando creyó factible su utopía de la ‘sociedad sin clases’, esto es, sin competidores, sobre el supuesto de que en una comunidad entre (sic) iguales cada uno daría libremente a los demás según sus habilidades y recibiría de ellos según sus necesidades. Pero desde Darwin está comprobado de que (sic) eso no puede ser así. Esto último, al contrario, lo hemos debido sobrellevar como la aflicción permanente de la condición humana, la bíblica imperiosidad de tener que ganarnos el pan con el sudor de nuestras frentes”.
En efecto, el “trabajo disciplinado y productivo” es “mera rutina para la supervivencia”, y lo que lo hace mortal es no ser también un juego. Marx explicó el trabajo enajenado o explotado como la actividad productiva en la que no interviene la creatividad ni la libertad del individuo, porque éstas sólo las realiza para reponer su fuerza de trabajo a fin de poder seguir vendiéndosela a otro. Esto hace del ser humano un elemento productivo que, para serlo, debe renunciar a lo que lo distingue de los animales: su creatividad y su libertad. Y eso lo enajena, lo deshumaniza.
Marx no “creyó factible su utopía de la sociedad sin clases” porque la utopía no es factible. Es un ideal útil para avanzar en una dirección. Lo factible para él era el socialismo. No la utopía comunista sin clases. La cual tampoco equiparaba con una sociedad sin competidores, pues competir con libertad es lo normal donde ya no hay una clase que posea los medios de producción en propiedad privada y por ello fuerce a la mayoría al trabajo enajenado. Mucho menos pensaba que “en una comunidad entre (sic) iguales cada uno daría a los demás según sus habilidades y recibiría de ellos según sus necesidades”, pues concebía el socialismo como un régimen desigual en el que el Estado sienta normas para que cada cual reciba oportunidades según sus necesidades y brinde a la sociedad lo mejor de su capacidad (a fin de avanzar hacia la utopía del bienestar sin trabajo enajenado).
Afirmar que “desde Darwin está comprobado de que (sic) eso no puede ser así”, implica equiparar a las especies animales con los seres humanos, abrazando el llamado darwinismo social, un sofisma que “fundamenta” en supuestas causas naturales la legitimidad de la supremacía del más apto en materia económica. Y como el más apto es el que tiene capital, el darwinismo social se revela como una ideología de propietarios que, de la supuesta causa natural de la desigualdad económica, brincan a las nubes y “deducen” que la injusticia social existe por voluntad divina. Por eso justifican el trabajo enajenado apoyándose en la Biblia: “Esto último lo hemos debido sobrellevar como la aflicción permanente de la condición humana, la bíblica imperiosidad de tener que ganarnos el pan con el sudor de nuestras frentes”. Es obvio que esta “aflicción” no es de la condición humana, sino de una clase. Pues, ¿de qué sudor de frente habla quien no es trabajador manual, creador directo de riqueza?
En resumen: el trabajo enajenado no es algo natural. Es una construcción histórica superable. Utopía no equivale a factibilidad. El darwinismo social endilga una causa natural a la injusticia. Y el fundamentalismo cristiano santifica la explotación del prójimo. Como se ve, la crítica ideológica del neoliberalismo no toca a Marx. Sólo calienta mentalidades frívolas.
Pregúntele al carpintero
Manuel Ayau (Prensa Libre 28-2-10), repitiendo ideas de la sección “La naturaleza humana y la expansión de las fuerzas productivas”, del libro Socialismo, de Mises, afirma que “Marx consideraba que la producción de riqueza es el resultado de las naturales fuerzas productivas. Así resolvió el problema de producción de riqueza: ¡las fuerzas naturales productivas se encargarían! ¡Qué fácil! En otras palabras, la riqueza simplemente se da, allí está, y el problema es repartirla”.
Tanto Adam Smith como David Ricardo –y así lo explica el joven Marx en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844–, establecieron que las fuerzas productivas no son tales sin el trabajo humano y que, por ello, la esencia de la producción de riqueza es el hombre mediante su actividad laboral. Este fue el punto de partida de Marx para elaborar su teoría del trabajo enajenado y de la propiedad privada. De modo que, al menos a él, no pudo ocurrírsele la idiotez de decir que la “riqueza es el resultado de las naturales fuerzas productivas” sin la acción humana. Y menos aún la sandez de que la solución al problema de la producción de riqueza era que “las fuerzas naturales productivas se encargarían” porque “la riqueza simplemente se da, allí está, y el problema es repartirla”; ya que su concepto de fuerzas productivas se compone de medios de producción y de fuerza de trabajo. Por lo que, cuando habla de desarrollo de las fuerzas productivas, habla de desarrollo del trabajo sobre los medios de producción.
Por ello, tampoco dijo jamás que había que repartir la riqueza sin producirla. Lo que dijo fue que había que llegar a producirla en una escala y con un método capaces de superar el trabajo explotado, porque la riqueza no era tan importante como para convertirse en el único beneficio que la humanidad reciba a cambio de la deshumanización que supone la compulsiva ampliación de márgenes de lucro para unos, y de la capacidad de consumos banales para otros.
Ayau también afirma que “en el mundo real, nadie produce para simplemente dejarlo allí, para ver a quien (sic) le toca”, lo cual es del todo cierto y sólo un idiota afirmaría lo contrario. Pero sigue diciendo: “El carpintero produce una mesa porque supone que la mesa será suya. Los marxistas no perciben que el acto de producir es el mismo acto de apropiación”. El carpintero, como bien dice Ayau, “supone” que la mesa será suya, pero no lo será, en especial si es un carpintero asalariado. Porque, si bien “el acto de producir es el mismo acto de apropiación”, la primera parte del acto la lleva a cabo el carpintero asalariado pero la segunda (la apropiación de su fuerza de trabajo) la realiza el propietario de la mueblería, como ocurre en toda jornada laboral capitalista.
Ayau supone que para los marxistas “la riqueza de unos es apropiación indebida, puesto que ella es producto de la fuerzas naturales de la producción y no de quienes la produjeron: ¡dígaselo al carpintero!” Para los marxistas, la riqueza de algunos es resultado de la apropiación del producto de la fuerza de trabajo ajena, que es la que produce riqueza (pues ésta no puede ser producida por las “fuerzas naturales de la producción” sin el trabajo humano). Ayau empero atina al decir que la riqueza es “de quienes la produjeron”. Aunque debe aprender que quienes materialmente la producen son los trabajadores manuales directos (creadores del valor de las mercancías), y no los propietarios que ponen el capital.
Y si no lo cree, pregúntele al carpintero. Seguro le contará que le costó mucho trabajo producir la mesa y que no le pagaron su valor (el de la mesa), sino sólo un salario, es decir, el costo (no el valor) de su fuerza de trabajo.
─Por: Mario Roberto Morales