Cuando tratas a los demás como ellos te tratan a ti, se molestan.
Cuando les devuelves a las (y los) moralistas un poco de su propia moral, se ofenden.
Cuando a los (y las) acusadoras(es) de oficio les pones un espejo enfrente, te acusan de crueldad.
Cuando les das a los y las censuradoras de oficio algo de su propia medicina, les dan vómitos, convulsiones y diarreas moralistas.
Los y las “luchadoras” que sólo “luchan” y se victimizan si las financian, no luchan. Sólo se exhiben.

Ser víctima no es indigno. Victimizarse denigra. La autoridad moral de la víctima la destruye el victimizado.
Si les dices a las víctimas profesionales que lo suyo asquea, se victimizan más, dándole así un triste toque cómico a su tragedia.
El amenazador chantaje moralista y victimizado del oenegismo no da miedo. Da asco.
Ser intelectual orgánico del pueblo no equivale a ser un académico que desde el campus quiere decirle al pueblo lo que tiene qué hacer. Equivale a interpretar lo que el pueblo hace, actuando con él y aprendiendo de él, para devolverle una versión crítica de su praxis en función de la efectiva acción política popular.
La persona que muestra sus cicatrices para que se compadezcan de ella, no merece respeto. Merece limosna.