HUMANIDADES Y CULTURA AUDIOVISUAL EN LA GLOBALIZACIÓN

La nueva clase global quiere el monopolio de la generación de riqueza en el mundo para ella sola.

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1. La nueva clase global

Para abordar el problema del sentido de las humanidades para una juventud que repudia la letra escrita, ama el lenguaje audiovisual banalizado y vive en una sociedad de consumos globalizados y creciente demanda de profesionales técnicos, hay que empezar, antes de entrar en discusiones acerca de las relaciones entre lo global, lo local y lo “glocal”, por esclarecer por qué la globalización consiste en la transnacionalización de los capitales, la producción y los consumos, y en la consiguiente desnacionalización de las economías y las culturas. En este sentido, es imprescindible abordar la apasionante cuestión del surgimiento de una clase social global que decide los destinos de la humanidad desde todas y ninguna partes.

Esta clase está compuesta por inversionistas corporativos, reyezuelos del petróleo, capos del crimen organizado y miembros ricos de las noblezas occidentales. Su patria es el capital. Y un conjunto de castas oligárquicas, político-militares y religiosas, locales, cuida de sus intereses a buen sueldo. A menudo, los propietarios de los capitales transnacionales se meten a políticos para hacer avanzar sus agendas. Es el caso de la familia Bush, que tomó por asalto la Casa Blanca en una pasada elección.

Los intereses de esta clase global exigen la promoción de guerras en todo el mundo, así como el estímulo de las migraciones y el narcotráfico (porque las finanzas mundiales no dan un paso sin los narcodólares y la mano de obra descalificada es necesaria como resorte de las insuficiencias del régimen), contra todo lo cual simulan luchar haciendo crecer la industria armamentista y energética, y facilitando la expansión de las fuerzas de seguridad e inteligencia globales, las cuales actúan por encima del derecho internacional. Cuando los mismos individuos coinciden en la clase social y la casta política globales, el resultado es un desinterés y una disminución en el bienestar de sus ciudadanías, y un aumento en los índices de lucro de las corporaciones transnacionales.

Como la tendencia de esta clase global desnacionalizada va hacia el monopolio mundial de la producción, la distribución y el consumo de mercancías, no le interesa el progreso de la grande, pequeña y mediana empresa locales si no forma parte de sus corporaciones, y por eso tampoco ve con simpatía a las oligarquías nacionales. Pero en tanto que son éstas las que tienen el control político de sus países, es con ellas que la clase global negocia para que sus monopolios entren a las naciones en venta, a cambio de lo cual las oligarquías sólo piden ser socias minoritarias de sus amos globales.

Los enemigos de la clase global y de las oligarquías locales no son, pues, los obreros ni los campesinos ni los pobres, a los que han integrado a los consumos globales (telefonía móvil, cable, videojuegos) mediante ofertas segmentadas que llegan hasta la venta de desechos (como en el caso de los móviles usados), sino los empresarios independientes, grandes, medianos y pequeños. Es decir, aquellos que, imbuidos del espíritu del liberalismo, trabajan por una economía libre con igualdad de oportunidades, buscando la expansión de la propiedad privada y el lucro hacia cada vez más y más ciudadanos como medio para alcanzar el desarrollo económico y social.

La nueva clase global quiere el monopolio de la generación de riqueza en el mundo para ella sola. Las oligarquías sueñan con integrar esa elite, pero se contentan con ser parte del anillo que la rodea, representando y defendiendo sus intereses en cada país, para lo cual sus cuadros universitarios impulsan políticas privatizadoras y antiestatales bajo la bandera del liberalismo. También, reformas educativas intelicidas para formar cuadros técnicos sin capacidad crítica, es decir, sin la habilidad de realizar análisis, síntesis y conclusiones acerca de problemas concretos, sino sólo capacitados para deglutir verdades prefabricadas envueltas en razonamientos formales y creencias teológicas intolerantes.

La clase global representa lo opuesto al ideario liberal y a su meta de construir sociedades prósperas mediante la expansión de empresariados libres y competitivos, y capas medias crecientes. Sus agentes locales son los oligarcas y los neoliberales de clase media. En lo local, procede oponerles partidos liberales con cuadros capaces de promover la libertad económica de todos frente al monopolismo de unos cuantos, forjando así una digna y creativa respuesta “glocal” y no un cobarde seguidismo imitativo global.

2. La incomunicación como norma comunicativa: Aserejé ja dejé

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En una era en que las juventudes han sido educadas por los medios masivos para aborrecer la lectura y ver películas, pero en la que los obligan a estudiar con libros, a leer novelas y hasta (horror) poemas, vale la pena preguntarse por qué existen las humanidades, para qué han servido y por qué se nos dice que son muy importantes sin explicarnos jamás en qué consiste esa importancia y mucho menos la utilidad práctica de la misma. Estas preguntas suelen responderse con pedanterías cursilonas de aburridos profesores con pose de ratones de biblioteca que a muchos jóvenes les parecen —con absoluta razón— ridículos y obsoletos.

Cómo no aceptar que a un adolescente le cueste trabajo entender que alguna vez hubo una época en que a las juventudes les parecían apasionantes las humanidades, si se trata de un joven que tampoco puede imaginar un mundo sin teléfonos móviles, televisión, internet o pods. Es decir, sin comunicación, entretención e información inmediatas, fragmentarias y sin jerarquías. ¿Qué tiene qué hacer la palabra escrita en un mundo oral y visual, lleno de color, sonido y movimiento?, se pregunta un joven que llega por primera vez a la universidad. La sucesión de palabras escritas es demasiado lenta en relación a la sucesión de imágenes en un texto audiovisual y, además, éste es más fácil de procesar cerebralmente que aquél porque éste nos hace sentir primero y pensar después; en cambio, para sentir el texto, hay que pensarlo antes. ¿Para qué molestarse entonces en leer? Ante un joven que siente y piensa así, como resultado de años de televisión, es obvio que la lectura como hostil obligación inspirada en el aburrido ejemplo de telarañosos sabihondos cuadrados, es una enorme metida de pata de la educación tradicional.

Una de las muchas cuestiones que se les escapa a las mentalidades tradicionalistas en materia de educación es explicar de qué manera la cultura audiovisual de hoy día se asienta en la cultura letrada. Si no se explica esto con claridad, es imposible hacer entender a los estudiantes de qué manera una unilateral educación audiovisual para la entretención consumista —que eso es la moda educativa, impulsada por Microsoft, de la “tecnología en el aula”— y para la eficiencia en un saber limitadísimo cuyas relaciones con otros saberes u otras ramas del mismo no se le enseñan al estudiante, de hecho atrofia las naturales capacidades cerebrales de realizar análisis, síntesis y conclusiones, que son vitales para el conocimiento científico y para la interpretación y práctica de los hechos sociales y políticos. Esta merma de la capacidad intelectiva en las últimas décadas ha llevado a un evidente intelicidio en las juventudes del primer mundo, a las que con  peligroso entusiasmo siguen muy de cerca las del tercero y el cuarto.

El intelicidio evidencia diversos síntomas derivados de la frustrante idea, propagada por las transnacionales, de que el futuro ya está aquí y que a lo que único que podemos y debemos aspirar es a más de lo mismo, es decir, a más entretención, a mejores juguetes electrónicos, a automóviles más nuevos, a más y más capacidad consumista. El cercenamiento de la idea de futuro y del entusiasmo juvenil por transformar el mundo que tal doctrina educativa implica, ha dado como resultado letales reacciones desesperadas como la de las masacres de estudiantes y profesores perpetrados por estudiantes en las secundarias, o como la imparable drogadicción en los jóvenes, o la angustiada incapacidad juvenil e infantil de concentrarse por más de cinco minutos en una lectura. En fin, ese estado de incomodidad respecto del mundo que en otras generaciones ha llevado a cambios drásticos en la sociedad, ahora lleva sólo a atiborrar discotecas y otros locales ruidosos en los que la incomunicación para aplacar la angustia es la norma comunicativa, asunto que estimula ese otro rasgo juvenil de hoy día: el que hace de la gestualidad y las interjecciones los sustitutos de la palabra hablada. El emblema mediático de esto (aparte los Teletubbies) es la pegajosísima cuando efímera canción Aserejé, cuya letra funciona como un mero auxiliar del ritmo. Gusta momentáneamente a todos porque no dice nada. Y pasa rápidamente de moda porque no deja en el escucha sino la experiencia fugaz de la vacuidad entretenida.

Dicen que se trata de una versión fonética muy libre de ciertas partes de la letra de la canción Rapper’s Delight, del grupo Sugar Hill Gang, que dice así:

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I said a hip hop

a hippie to the hippie
to the hip hip hop,

you don’t stop
a rockin’ to the bang bang boogy

say upchuck the boogy,
to the rhythm of the boogity beat.

Y que se imita así:

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Aserejé ja de jé de jebe tu de jebere seibiunouva
majavi an de bugui an de buididipí.
Aserejé…

Quién sabe… y qué importa.

La ilusión de novedad (pues lo nuevo sólo es más de lo mismo) provoca una cómoda sensación de vertiginosidad en una juventud a la que, para mantenerla sentada frente a los monitores o pegada a los audífonos, se la invita a “vivir la experiencia”, a “atreverse a ser diferente” y a otras ilusiones propias de las personas pasivas. En este contexto, ¿qué pasa con las humanidades?

3. Función práctica de las humanidades

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Fragmento de El auriga de Delfos, expuesto actualmente en el Museo Arqueológico de DelfosEn el mito platónico del carro alado, el conocimiento era el alimento con el cual las alas de los carros se fortalecían. El cuerpo es como un carro, la mente son las riendas.

Las humanidades son un conjunto de disciplinas que estudian al ser humano en cuanto ser pensante y con sentimientos, y no como entidad biológica o física. La condición humana frente al tiempo, la muerte, el amor, el destino, el poder, la injusticia y en fin, todo aquello que empuja a preguntarse por el sentido pasado, presente y futuro de la existencia, es lo que estudian las humanidades, en especial la filosofía, la teología, la historia del arte y la literatura, pues la humanidad deja siempre un registro escrito (en cuevas, estelas, murales, códices y demás) de su paso por el mundo, de sus logros materiales y espirituales, de su cultura, sus diferencias y sus dolores y tragedias.

La escritura es uno de los rasgos que definen a las altas culturas porque un sistema escritural implica un grado de abstracción que sólo alcanzan civilizaciones que han logrado explicarse el universo mediante los números y sus infinitas posibilidades de combinación y, también, edificado conjuntos arquitectónicos monumentales. El paso de la escritura ideográfica a la alfabética implica el descubrimiento de la movilidad de los significados dentro de un mismo sistema, y esto sin duda constituye una cumbre en el desarrollo de la humanidad, pues un sistema móvil de letras y palabras que se combinan en infinitas posibilidades sintácticas, puede dar cuenta de una manera cada vez más exacta y profunda del mundo real. La riqueza de un idioma —expresada siempre en su mejor literatura— refleja por ello la mayor complejidad y sofisticación de una cultura. De ahí que mientras mejor y más léxico y sintaxis maneje una persona, su comprensión de la realidad es más precisa y profunda.

No es cierto aquello de “lo sé pero no lo puedo explicar”. Si no se puede explicar algo con palabras es porque ese algo no se comprende. No se puede pensar sin palabras. Éstas posibilitan al ser humano no tener que señalar o dibujar los objetos para referirse a ellos y a sus infinitas relaciones. Es alarmante por ello que la gente en la actualidad no use más de cien palabras para vivir su día, trabajar, divertirse, amar y demás. Esto resulta del intelicidio educativo. Hemos pasado de la oralidad a la cultura letrada, y de ésta a otra oralidad cada vez más pobre en recursos. El intencional desplazamiento consumista de la cultura letrada por la audiovisual (pudiendo ser complementarias) en el sistema educativo es en parte responsable de esto.

Todos merecemos saber lo que a lo largo de su historia la humanidad ha establecido sobre qué es el universo y el ser humano, cuál es el sentido de la vida y la muerte, qué es la libertad, la justicia, el amor, el odio, y cómo se articula el poder o para qué sirven el arte, la literatura y la filosofía. También merecemos desarrollar una mente analítica respecto del mundo que nos rodea, pues eso nos capacita para discernir con criterio propio nuestras decisiones frente a alternativas complejas. Esto lo proveen las humanidades, siempre que no se enseñen como aburridos saberes pasivos y válidos en sí mismos, sino como saberes históricos que han cumplido y cumplen una utilidad específica si se los domina con propiedad. Su riqueza jamás puede ser sustituida por ningún escuálido “know-how”. Si ciertos gobernantes fueran un poco más cultos, el mundo tendría muchos menos problemas. Si los profesionales técnicos supieran hablar y escribir con propiedad, y explicarse cuestiones elementales de la sociedad, no acusarían esa bochornosa incapacidad de procesar críticamente una película, una obra de teatro, una novela, un poema, evidenciando ser víctimas del intelicidio.

El hábito de leer se ha perdido y ya no llega a nacer en millones de personas a pesar de que está probado que la cultura letrada no puede ser sustituida por la audiovisual. Jamás “una imagen vale más que mil palabras”, a menos que nos conformemos con un nivel primario de conocimiento. La utilidad de las humanidades en un mundo en el que el desarrollo libre de la inteligencia individual es inhibida por el sistema educativo al sustituir (no complementar) la lectura por la imagen y el conocimiento crítico por la habilidad técnica, consiste en revertir el intelicidio formando personas capaces de discernir y de tomar decisiones autónomas. Nada hay más práctico que un conocimiento que libera de la masificación consumista y nos afirma y eleva en nuestra condición humana individual, libre y creadora. Por eso, para los adoradores del mercado, las humanidades así replanteadas son subversivas y hay que acabar con ellas, pues no hay peor consumidor que el que ha aprendido a pensar y discernir por su cuenta.

Las salidas a la encrucijada en que se encuentran los estudios humanísticos pueden ser múltiples. Pero el denominador común de las mismas debe estar siempre pautado por el atributo intransferible de las humanidades: su exclusiva capacidad de forjar criterios individuales y de enseñar a ejercerlos con libertad. Es decir, por el fomento del pensamiento crítico en una humanidad que es cada vez menos capaz de explicarse el mundo del que forma parte.

─Heredia (Costa Rica), marzo del 2006.

─Publicado en Guatemala por: Revista de la Universidad de San Carlos de Guatemala, No. 37, abril-junio de 2018.

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