IDEARIO LIBERAL, DEMOCRACIA RADICAL Y SOCIALISMO ─ Llevar el ideario liberal clásico a sus últimas consecuencias ¿puede desembocar en el socialismo?

“La tarea de la izquierda no puede (…) consistir en renegar de la ideología liberal–democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural”.  ─ ERNESTO LACLAU Y CHANTAL MOUFFE│ Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una democracia radicalizada. México: Siglo XXI, 2010: 222.

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En febrero del 2007, se publicó un artículo mío en La Insignia, de Madrid, el cual había yo escrito en Iowa y publicado en Guatemala en noviembre de 1998. Lo reproduzco ahora, reescrito y con unos cuantos párrafos agregados, para contribuir al sordo debate que en este río revuelto del 2016 tiene lugar en Guatemala, acerca de lo que se debe hacer ante el Estado fallido y la dispersión y división de las fuerzas populares organizadas, así como ante el descontento pequeño burgués y de clase media frente a la tozudez oligárquica y neoliberal. El debate actual tiene pues que ver con qué debemos hacer con nuestro Estado. Y tal cosa necesita tomar en cuenta que cuando se habla de democracia y de Estado democrático, no se puede eludir que ambos se remiten la matriz histórica de la modernidad liberal, y que de lo que se trata es de construir una democracia y un Estado democrático que supere la impronta burguesa de la mencionada matriz, la cual constituye el principal problema para el desarrollo actual de la democracia. Menuda contradicción.

hegemonc3ada-y-estrategia-socialista-hacia-una-radicalizacic3b3n-de-la-democracia-0000018166Decía (in so many words) Ernesto Laclau en Hegemonía y estrategia socialista, que si el ideario liberal clásico se llevará hasta sus últimas consecuencias, quizá desembocaría en el socialismo. Por eso, el liberalismo lo frena, lo retuerce, lo tergiversa y anula mediante el neoliberalismo. Todo eso me hace pensar en que si las demandas liberales fueran asumidas por parte de los sectores populares en un programa político y económico (táctico, nunca estratégico) que las ubicara como objetivos a cumplir en calidad de agenda de un Estado fuerte por el cual valiera la pena luchar (en vista de que el poder estatal se usaría para ponerlas en práctica), la sociedad experimentaría cambios notables. El proceso de llevar a sus últimas consecuencias las demandas y postulados liberales lo llamaba Laclau “democracia radical”, noción que alude a la voluntad de atacar de raíz (radicalmente) —en la práctica— los problemas que el liberalismo real sólo ataca “teóricamente” y a los que les da soluciones parciales, sectoriales, y no radicales (de raíz, de origen). Al proponer el ideario liberal llevado a sus últimas consecuencias, Laclau atacaba al liberalismo y al neoliberalismo —como resulta obvio al leerlo— con sus propias armas. A mí, esto me hadado buen resultado —por años— contra la clique neoliberal guatemalteca.

La inquietud que anima este artículo tiene que ver con la pregunta acerca de si es posible que, siguiendo la idea de Laclau, a partir de una plataforma liberal (no neoliberal), se pueda llegar a un proyecto económico y político de democracia radical mediante el diseño de un (gramsciano) interés nacional interclasista a corto, mediano y largo plazo. La propuesta camina en la dirección de reflexionar sobre la posibilidad de captar la militancia de amplios sectores populares y de clase media que han estado permanentemente descontentos con los planteos y experiencias de la izquierda dispersa y oenegizada, porque han considerado que ésta carece de radicalidad, es decir, de la voluntad de llegar a la raíz de los problemas a los que a veces alude sólo en forma retórica, y de sopesar también la posibilidad de captar la militancia de pequeños, medianos y grandes empresarios que hasta ahora han visto en el pueblo organizado y en la izquierda un potencial peligro para la construcción de un genuino Estado de derecho, y que no se percatan de que el único obstáculo para su prosperidad es la oligarquía monopolista (y no la izquierda). Se trataría de atacar los problemas en su causa última, que es estructural, y cuya solución requeriría cambios estructurales por la vía democrática. De aquí la noción de democracia radical para aludir a la posibilidad de llevar las demandas liberales clásicas a sus últimas —y radicales—consecuencias económicas en el marco de un Estado de derecho. La idea de Laclau no es estancarse en el ideario liberal como punto estratégico de llegada, sino en superarlo llevándolo a sus límites mediante una artimaña táctica: la de la democracia radical.

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La propuesta camina en la dirección de reflexionar sobre la posibilidad de captar la militancia de amplios sectores populares y de clase media.

¿Puede la igualdad de oportunidades, la libre competencia y el control de monopolios —garantizados por un Estado fuerte, probo y eficiente (esto y no otra cosa es el ideario liberal)— llevar a una sociedad hacia formas económicas y políticas posliberales, posneoliberales y socialistas mediante su radicalización? ¿Puede la democracia radical superar la impronta burguesa de la democracia liberal? Esta era la pregunta de Laclau. Él optó por empujar lo empujable en las sociedades capitalistas según este criterio. El socialismo del siglo XXI en Sudamérica y Podemos, en España, le hicieron caso. Lo que pasa ahora en ambas geografías es digno de analizarse críticamente para enriquecer nuestro debate nacional.

El momento histórico que vive Guatemala obliga a reflexionar sobre si la interrogante de si la democracia radical conviene como táctica deba ser planteada y también que algunas respuestas a la misma se pongan en práctica —¿por qué no?— en nuestras luchas políticas. Pienso que tal vez alrededor del eje de la democracia radical, vista no sólo como concepto sino como programa de desarrollo económico y de modernización del Estado, la unidad de las izquierdas radicales dispersas, de las organizaciones agrarias y de los sectores empresariales no oligárquicos pueda llegar a un punto de mayor concreción y de convergencia para construir la simiente de una sociedad posneoliberal. Sé que la posmodernidad vino a crear multitud de sujetos y subjetividades con criterio culturalista y sexual, los cuales buscan participar en política desde sus identidades culturales y sexuales. Estos sujetos se movilizan según reivindicaciones multiculturalistas políticamente correctas, a las cuales el sistema económico y político les da mucho espacio y financiamiento porque así soslaya el criterio de clase como eje de la organización y la movilización de las masas. Las modas posmodernas han cundido también en Guatemala, pero como flores de un día. O del número de días que sean financiadas por la cooperación internacional, y manipuladas por las redes sociales y los medios de comunicación. Lo anterior se evidenció en las movilizaciones de clase media del 2015. A mí me parece que el criterio clasista sigue siendo, en la práctica y a la vista, el eje de la organización y la movilización del pueblo para sus más efectivas reivindicaciones económicas, que son las que rigen las reclamaciones culturales y sexuales, mientras no se demuestre que no es el movimiento de la base económica el que a su vez rige en última instancia la autonomía relativa de la superestructura ideológica. Esto quedó demostrado en la reciente Marcha por el Agua y también en el posterior Paro Nacional. Divisas como la de la refundación del Estado, vista como conjunto de cambios superestructurales (que es como se está viendo por todos sus propulsores sin excepción) es una frase huera si no se apoya en un cambio radical del sistema económico. Y como la política es el arte de realizar lo que es posible realizar, me parece que el socialismo, en este momento, es una absoluta imposibilidad para nuestro país, mientras que una democracia radical que empuje el ideario liberal económico hasta sus últimas consecuencias sí es factible, siempre y cuando lo hagamos partiendo de un pacto nacional interclasista e interétnico que nos involucre a todos en este proyecto, que es meramente táctico y no estratégico.

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Hacen falta más criterios y razonamientos acerca de la posibilidad de un programa político que se proponga llevar las demandas liberales clásicas a sus límites. Haciendo esto se desmantelaría la pretensión oligárquica de mantener las prácticas monopolistas como eje de un desarrollo económico que nunca llega.

La interrogante planteada arriba se mantiene, y mi propuesta es la esbozada aquí. Pero creo que hacen falta más criterios y razonamientos acerca de la posibilidad de un programa político que se proponga llevar las demandas liberales clásicas a sus límites, es decir, a la raíz última de los problemas que pretende solucionar, para evitar con ello los efectivos anticuerpos que genera la derecha cuando se menciona la palabra socialismo. Creo que haciendo esto se desmantelaría la pretensión oligárquica de mantener las prácticas monopolistas como eje de un desarrollo económico que nunca llega, y también la retórica neoliberal sobre la necesidad del encogimiento y la neutralización del Estado, al que el neoliberalismo sueña con convertir en una mera oficina de administración gerencial y policíaca que garantice la majestad de la ley oligárquica. Esta y no otra es la meta del proyecto de ley llamado Pro-Reforma.

Es hora de ir a la raíz estructural de los problemas en nuestro país. ¿Será posible llevar a sus últimas consecuencias el ideario liberal para superar el liberalismo y construir una democracia radical que no tenga vuelta atrás y erradique las prácticas monopolistas de una oligarquía que quiebra a cualquiera que pretenda engrosar el empresariado y ensanchar las capas medias? Ya sé que la izquierda dogmática que depende de la cooperación internacional y la (más papista que el Papa) campus left o izquierda norteamericana de campus, aullarán histéricas ¡blasfemia! ante tal osadía, y que la derecha tradicional chillará ¡comunismo! al escucharla. Es por eso necesario apelar a la inteligencia y a la valentía de quienes actúan exponiendo el pellejo y no pretenden hacer la revolución con el trasero pegado a un escritorio, para lograr que se entienda lo que significa ser radical, y serlo. Y para que por fin los neo-ortodoxos y ultraizquierdistas (“teóricos”) de la campus left comprendan que este planteo se ofrece (repito por enésima vez) como una táctica y no como una estrategia.

Así como es evidente que democracia y capitalismo se repudian y también que tácticamente es necesario juntarlos en un discurso político que los haga coincidir en asuntos puntuales para que explote su contradicción en el mediano plazo mediante la puesta en práctica de la democracia radical, resulta igualmente obvio que el ideario liberal y la posibilidad socialista se recusan, pero también es cierto que si se unen en un programa político que lleve ese ideario (igualdad de oportunidades, libre competencia y control del monopolios) a sus últimas consecuencias, quizá se desemboque en formas primarias de socialismo. Esto fue lo que dejó insinuado Laclau. Y esta es la idea táctica —aplicada a la situación concreta nuestra— que me ha servido para desmantelar en la teoría la propuesta neoliberal para Guatemala y al mismo tiempo para evitar los prejuicios que genera un planteo abiertamente socialista. En otras palabras, a los neoliberales hay que recetarles un poco de su propia medicina, pues —aun haciendo caras de desagrado y pataleando— se la tragan muy a su pesar.

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En la práctica, la pretendida «estabilidad» neoliberal recusa el ideario clásico del liberalismo (igualdad de oportunidades, libre competencia y control del monopolios).

¿Puede la construcción de una democracia radical ir por caminos inéditos quizá hacia el socialismo? La revolución, como diría Mariátegui, será “creación heroica” o no será. Será creación. No seguidismo dogmático ni principista. Y menos aplicación mecánica (y no creativa) de pensamientos y fórmulas ajenas. Ante esta realidad, el debate de ideas está abierto. Y, por lo visto, plagado todavía de linchamientos ideológicos y juicios inquisitoriales, sobre todo porque las aburridas ex-dirigencias de la izquierda tradicional y los comodones cenáculos de las izquierdas de campus, responden con solicitud canina al torvo llamado de sus amos, los burócratas de la cooperación internacional.

La hegemonía se construye en la sociedad civil organizada. En Guatemala, se entiende por sociedad civil al conjunto de oenegés con agendas culturalistas políticamente correctas. Este criterio debe cambiar mediante la comprensión de que la sociedad civil está llamada a hegemonizar por sobre la sociedad política forjando un Estado que la represente, y no a reducirse a ser un grito destemplado por los financiamientos externos (cuando los hay) que sube de tono sin salirse nunca del cauce prescrito por sus financistas. La sociedad civil (no manipulada por la cooperación internacional) en Guatemala necesita converger en un interés nacional interclasista e interétnico que funde una democracia radical para abrir las puertas del futuro. Esto es lo que creo que hay que hacer. Laclau dejó hecha una sugerencia. A mí la misma me ha servido bien en mi crítica del neoliberalismo local. ¿Puede servir como eje de una convergencia y de una acción política coyuntural y táctica para despejar el camino hacia una “creación heroica” nacional-popular? Yo creo que sí.

─Mario Roberto Morales│31/05/16

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