Otto René Castillo tiene un poema que se titula Ars poética, y dice así:
«Hermosa encuentra la vida
quien la construye hermosa.
Por eso amo en ti
lo que tú amas en mí.
La lucha
por la construcción
hermosa de nuestro planeta.»
En esta pieza se resume un pensamiento filosófico y una concepción del mundo que sitúa a la praxis transformadora como piedra de toque del sentido de la existencia. Una praxis que se realiza por todos y para todos, y que está impulsada por la voluntad de vivir: un hecho universal que es amoroso y constructivo porque se yergue por encima de la destrucción y la muerte.
El conocido vitalismo trágico de nuestro poeta cede aquí lugar al optimismo y abandona su agudo sentido infausto de la existencia, su pertinaz vocación católica de mártir y su enfermiza fascinación por la muerte. De hecho, este es uno de los poemas más vitalistas de la poesía en lengua castellana. Y está construido como un axioma que reclama validez universal.
El ideologema articulador de este texto está dado por la unidad de las nociones de vida, lucha, amor, construcción y belleza. Este es el eje que da sentido a las relaciones de pareja y al amor por la humanidad: por el prójimo. El amor aquí no es un deber-ser torvo cuya ausencia se paga con el infierno, sino es el resultado de una lucha por la construcción de un hábitat que resulta hermoso porque está hecho con amor.
Todo el poema semeja un silogismo, con su premisa inicial, su segunda premisa, su “por tanto” y su conclusión. Revela una dialéctica de los sentimientos que, si queremos hallarle un antecedente cristiano, nos remite a la oración de Francisco de Asís según la cual “dando es como recibimos”. Porque el poeta se autodefine como constructor y, por ello, como merecedor del amor de su pareja (o prójimo), atributos que, por las mismas razones, le adjudica a ella: ambos luchan por construir la vida hermosa y por eso se aman; porque cada uno ama en el otro eso, esa lucha, esa construcción. Lo cual plantea como núcleo central cohesionador de la pareja a esa lucha y a esa construcción, que a la vez los construye. Se trata de un amor que no existe en sí y por sí, sino que surge producido por la praxis revolucionaria y se convierte en esa misma praxis. Es una lucha que construye y se construye para construir.
Si vemos el planteo desde una estricta óptica moral, se concluye en que la idea de fondo aquí esbozada es que la praxis —que en la ideología marxista del poeta se concibe como la actividad originadora del ser humano— es algo indisolublemente ligado al amor, a la construcción y a la autoconstrucción asumidas como un deber-ser en libertad. Este amor, que es un amor por la humanidad, se objetiva en un leal y profundo amor de pareja.
Así concibió el socialismo Otto René Castillo: como construcción amorosa. Esta concepción movilizó a varias generaciones de jóvenes que, leyéndolo, lo colocaron en el centro de sus vidas como modelo de conducta y ejemplo de consecuencia moral. Estos principios, estos anhelos y esta confianza en el vigor de las propias fuerzas fueron el incentivo de los jóvenes que lucharon con las armas en la mano por “la construcción hermosa de nuestro planeta”. Una lucha que sigue vigente porque las razones que la desencadenaron están más vivas y extendidas que nunca. Una lucha destinada a triunfar porque es una lucha por la vida. Y porque —como también sentenció nuestro poeta—: “nada podrá contra la vida, porque nada pudo jamás contra la vida”.
Publicado el: 23/03/2016 – En: elPeriódico