
Vivimos en una región a la que nunca acabó de llegar la modernidad, si entendemos por esto la tecnologización de la producción y del consumo, pero a la que ha llegado la llamada «posmodernidad», que se caracteriza por un horizonte ideológico en el que se mezclan audazmente los paradigmas constitutivos de la modernidad con paradigmas pre-modernos remitidos a la magia, la religión, la brujería, los ritos y los mitos antiguos. La posmodernidad junta a Bertand Russell con Kahlil Gibrán, a «El Capital» con el «I-Ching», al Círculo de Viena con el Popol Vuh, y su emblema es la hibridación, la heterodoxia llevada al paroxismo ritual. No se trata de tradición vrs. modernidad, sino tradición y modernidad en el mismo exótico licuado. Ante la boca de lobo de la globalización económica, América Latina vacila aun en cuanto a lanzarse de cabeza en la modernidad del Norte, puesto que sabe que esa modernidad es sinónimo de crisis espiritual y de crisis ecológica traducidas ambas en suicidios, drogadicción, degradación de la capa de ozono y calentamiento del planeta. Por otra parte, América latina sabe que no tiene más salida que la modernidad, y, por ello, el debate se define en términos de qué modernidad vamos a asumir y qué papel va a jugar nuestra arraigada tradición en esa modernidad. Y es que los guatemaltecos comemos tamales calentados en hornos de microondas, vamos a que nos echen las cartas y usamos calculadoras digitales, colocamos manojos de ajos y herraduras detrás de las puertas y viajamos en aviones a reacción. Asimismo, las etnias indias de la región registran su memoria colectiva en modernas grabadoras y escuchan su música en discos láser. Tradición y modernidad. Todo junto… Es precisamente la asunción de la hibridación, del mestizaje cultural, la clave profunda no sólo de la definición democrática de nuestra identidad nacional sino también el alma de la propuesta-Sur que habremos de hacerle al Norte cuando ingresemos en la globalización, en la transnacionalización del gusto y en la «uniculturalidad». En Guatemala vivimos diariamente una heterogeneidad multitemporal: es decir que de la capital a Chichicastenango hay siglos de distancia, pero a la vez sólo un par de horas de camino. Y debemos pensar también en que, por ejemplo, una mujer quiché venida a la capital en busca de trabajo, luego que lo encuentra se ve a sí misma en el dilema que le plantea si comprar su traje tradicional o hacerle caso al seductor anuncio que reza: «Se abrió paca», y que le ofrece vestido a más bajo costo. Tradición y modernidad. -Qué modernidad?- Una que niegue la tradición?
No lo creemos pues eso negaría una parte esencial de la identidad, de modo que: sí a los tamales, sí a las tortillas, y sí a los hornos de microondas, a las computadoras y a la televisión por cable, donde a menudo vemos programas sobre nuestras culturas que nos informan sobre cómo nos ven en el Norte, ya que aquí en el Sur no hacemos el esfuerzo por construir nuestro propio espejo. Antes, «lo culto» era estudiado por la Historia del Arte y la Literatura; «lo popular» era estudiado por la Antropología Social, y «lo masivo» por las llamadas «Ciencias de la Comunicación».
Pero en nuestros días, cuando en un medio masivo podemos informarnos sobre «lo popular», y a la vez esto mismo popular ha invadido terrenos de «lo culto», como es el caso del testimonio como género literario, resulta obligado el replanteamiento académico del estudio de la cultura, tratando de idear metodologías que den cuenta de los puntos de hibridación de «lo culto», «lo popular» y «lo masivo», para lo cual se hacen necesarios los análisis transdisciplinarios; no multidisciplinarios porque lo «multi» no implica un «a través de», mientras que lo «trans» debiera implicarlo. La importancia de postular la hibridación -las culturas hábridas y nos las supuestamente «puras»- como nuestro objeto de estudio, y de postular el mestizaje como la esencia de nuestra identidad implica, en términos políticos, proponerle al Norte una modalidad de modernidad que, además de interesarle a él, le interese también al Sur. Implica no renunciar hurañamente a la modernidad sino condicionar nuestro ingreso en ella al respeto de nuestras identidades, al respeto de nuestras diferenciaciones y nuestras especificidades. Llevado al terreno de la economía, el comercio, las integraciones políticas y, en fín, los mercados, el mestizaje asumido como emblema esencial de «lo nuestro», implica entrar en la modernidad y a la vez salir de ella en aquello que de ella no queremos: la soledad del mundo industrializado, la pérdida de valores humanos, la drogadicción, el suicidio, el ecocidio. El V Centenario debiera ser, pues, igual a mestizaje asumido. Nuestro.
Publicado el 23/10/1992 — En Prensa Libre
Admin Cony Morales