Con una clase política corrupta, una sociedad civil comprada por el culturalismo y un estamento intelectual al servicio del oenegismo, la “ciudadanía” no tiene la menor idea de lo que ocurre en el presente y menos aún de lo que pueda ocurrir en el futuro.
Resulta obvio para cualquier observador externo que la clase política de Guatemala padece de una arraigada incapacidad para gobernar, lo cual se hace sonoramente patente en las erráticas disposiciones de los presidentes, por quienes se evidencia el atraso estructural al que el país fue condenado en 1954.
Esta incapacidad política de los políticos es vista por ellos ―dado el mentado atraso― con “normalidad”, pues el ignorante no puede vislumbrar sus carencias. Esta lacerante realidad estatal, unida a una sociedad civil comprada por la cooperación internacional y, por ello, poblada de activistas culturalistas disciplinados en el arte de fabricar proyectos para conseguir financiamientos paternalistas, da como resultado una sociedad incapaz de fiscalizar a sus gobernantes por ausencia de ciudadanía y, por ende, un país sin rumbo, con una población sin más horizonte que corromperse por un puesto público o privado que le garantice la sobrevivencia a mediano plazo.
Por si todo esto fuera poco, la única institución para la formación de ciudadanos críticos ―la Universidad de San Carlos de Guatemala― fue intencionalmente desmantelada en un acto contrainsurgente programado para tener efectos a largo plazo, perpetrado en 1981, cuando más de 800 universitarios fueron asesinados por la fuerza pública. De ese golpe ―que produjo la infiltración en la universidad de intereses de clase representados por el corrupto sistema de partidos políticos―, la USAC aún no se recupera y, por ello, su función de formar ciudadanos críticos, cultos, informados y políticamente activos sigue siendo deficiente. Debido a esto, nuestra sociedad carece de un estamento intelectual que, al asumir su rol orgánico de orientar al Estado, se constituya en su consciencia moral lúcida en cuanto a la búsqueda del constitucional bien común.
Con una clase política corrupta, una sociedad civil comprada por el culturalismo y un estamento intelectual al servicio del oenegismo en forma de tanques de pensamiento y agencias de financiación para el avance de la agenda del capitalismo especulativo global, la “ciudadanía” no tiene la menor idea de lo que ocurre en el presente y menos aún de lo que pueda ocurrir en el futuro. La ignorancia y el atraso estructurales ―es decir, el de todas las clases sociales― se evidencian pornográficamente para el mundo, del cual sólo merecemos el desprecio y el olvido. Somos un barco a la deriva repleto de orates que navegan con entusiasmo hacia la tormenta que los hará naufragar en la muerte política, en el Estado fallido y en la intervención de tropas de la ONU, como en Haití y otros lugares incapaces de gobernarse a sí mismos. Pues ¿cómo puede gobernarse a sí mismo un lugar (no país) cuya oligarquía insiste en no dar el necesario viraje hacia un capitalismo de igualdad de oportunidades, libre competencia y control de monopolios, sino insiste en estancarse en lucrar del monopolismo y dejar que el pueblo sobreviva (no de su trabajo, sino) de las remesas de nuestros heroicos “ilegales”?
Ante esta debacle, hace falta forjar un estamento de intelectuales críticos que oriente al país sacando a la clase política de su lógica de corrupción hacia la autonomía, la dignidad nacional y la prosperidad. Un estamento intelectual orgánico con su pueblo y comprometido con lograr el constitucional bien común, al margen de tiesas ideologías de guerra fría, vetustos intereses oligárquicos, vulgares ambiciones clasemedieras e hipócritas correcciones políticas.
Publicado el: 27/05/2020 ― En: elPeriódico
