Qué bueno sería que pudiéramos decir: instauraremos un gobierno con un margen de autonomía tal que permita retener aquí el grueso del potencial de inversión; ese gobierno tendrá una estructura de poder tal que no permitirá que los patrones de consumo del “primer mundo” desvíen nuestra inversión en recursos humanos para que así se eleve la calidad de vida de nuestros ciudadanos; instauraremos cierta descentralización de las decisiones empresariales para dar oportunidad al potencial productivo de otros sectores; y, finalmente, tendremos estructuras que impidan la concentración excesiva de poder político; de esta manera nos relacionaremos con las fuerzas globalizadoras externas y negociaremos nuestra entrada en la globalización.
Qué bueno sería, pero esto ya es imposible por varias razones. El PAN entregó el país a la injerencia extranjera por medio de sustituir planes de desarrollo nacional por acuerdos de paz, con lo que puso la responsabilidad gubernamental del bienestar social en manos de ONGs y de organismos financieros internacionales, los cuales imponen modas intelectuales, ideológicas y políticas que tienen a la sociedad civil dispersa como un hormiguero loco en el que cada cual jala para su lado (léase para su ONG) y codea a los demás para arrebatar los financiamientos que los extranjeros lanzan al ruedo en calidad de maná. Como parte del pastel de los acuerdos de paz, el Gobierno y el Ejército entraron en pactos de tal magnitud con la cúpula guerrillera que no sólo neutralizaron las posibilidades de cambio por parte de esa fuerza política, sino que legalizaron la guerra sucia encubriendo mutuamente sus crímenes, y le dieron continuidad a la corrupción y a la impunidad en la época de posguerra, minando con ello el incipiente sistema democrático que, hoy por hoy, padece una crisis de funcionamiento, credibilidad y gobernabilidad que tiene al país al borde de la revuelta de masas generalizada.
Por otro lado, nuestra flamante oligarquía nunca creó un mercado interno fuerte que pudiera funcionar como basamento para construir un gobierno autónomo. Cuando Arbenz lo quiso hacer, lo derrocaron. De modo que, ahora, esta oligarquía, arrodillada frente a la transnacionalización de la inversión y el consumo, sólo busca la manera de hacerse socia minoritaria de los capitales extranjeros para seguir saqueando al país, que ahora sueña convertido en un gran parque de maquiladoras y en sitio de recreo para turistas en busca de diversiones sexuales y/o de contacto con “culturas étnicas” (es decir, un país que se vende con imágenes que oscilan entre las de Playboy y las de National Geographic).
La posibilidad de un ejercicio pleno de la soberanía nacional, como la soñó Arbenz, quedó, pues, en el pasado y ahora es una rotunda imposibilidad estructural. Por eso resulta verdaderamente patético pensar siquiera en participar en las elecciones generales de noviembre, no digamos como político sino como ciudadano que va a votar. El miércoles 1 de septiembre, en el telenoticiero mexicano ECO, el corresponsal en Guatemala informó que varios medios de comunicación coincidían en acharcarle a la ciudadanía y a su “indiferencia” frente a la creciente criminalidad y linchamientos espontáneos, el contribuir al estado de ingobernabilidad al que estaba llegando el país. Francamente, responsabilizar a la ciudadanía por las idioteces cometidas por las élites de poder en su fraudulenta práctica política tendente a enriquecerse a costillas del pueblo es el colmo del cinismo, y esto se los digo a todos los medios que propagaron esta malintencionada versión. La ciudadanía está sumida en la apatía porque está harta de ser estafada sistemáticamente por las élites de poder (de derecha e izquierda). Por eso, un 90% de abstencionismo en las elecciones será la voz del pueblo en los oídos de los estafadores. Y por eso, las turbas tomarán la calle cuando se perpetre el fraude por el que el candidato con más votos se invista como flamante presidente “constitucional”.
Publicado el 06/09/1999
Admin Cony Morales