Archivos MRM│Una mañana de noviembre

Hace poco más de un año, viendo a través de la ventana de un aula de la Universidad de Santiago de Compostela mientras daba una clase de literatura, vencí una vieja necedad y acepté de pronto que nunca podría renunciar a que Guatemala sea el punto de referencia obligado al cual debo volver una y otra vez, y que aparte del aborrecimiento que pueda sentir hacia quienes la saquean y se enriquecen de ella sin más horizonte que un chato consumismo vacío y ostentoso, el lado tierno de mi relación con ella es más fuerte que el iracundo a la hora de la añoranza, del impulso de retorno y del sentido final de mí mismo.

Hacía ya varios años que no estaba un mes completo en Guatemala y menos el de noviembre, de días prístinos con sol brillante y vientos arremolinados que le dan un sabor terroso al ambiente. Una mañana de noviembre en mi casa es para mí el vértigo ante mi propio abismo. Sentarme al escritorio y contemplar los árboles de la calle o situarme en el comedor y mirar las flores del jardín en la luz transparente del día, me siembra de súbito en una niñez llena de presencias amables y de juegos que alcanzaban las alturas de una épica soñada que difícilmente puedo volver a vivir fuera de este espacio amplio, aireado y fresco de mi enorme y silenciosa casona.

De pronto me he visto transcurriendo sus corredores, abriendo y cerrando puertas, subiendo y bajando escaleras y visitando ambientes diferentes, flotando en la luz de la mañana, reconciliado conmigo mismo y con la vida, y amando este espacio que me vio crecer y a veces sufrir inútilmente. Subo al cuarto de mi abuela, que ahora está vacío, y la evoco en su mecedora diciéndome palabras amables que no se borran nunca de mi mente, o veo a mi madre enfrascada en dar instrucciones a las empleadas, o a mi padre trasponer la puerta de entrada, vestido de blanco y sonriendo, listo para sentarse a almorzar.

No sé cuándo saldré de este sopor con ambientación de placenta en el que me encuentro en este mes de noviembre en mi casa de Guatemala, ni me importa. El país es hostil, pero no mi casa. Las rosas blancas y rojas del jardín, que tanto le gustaban a mi padre, no están en contra mía, ni tampoco lo están las habitaciones vacías ni los patios, ni las palomas que han hecho nido en el desván.

Me sitúo rotundo y definitivo en este espacio de mi partida y mi llegada, y aunque sé que habré de irme otra vez, me regocija haber aceptado hace poco más de un año, mirando las tenues colinas de Galicia a través de una ventana, que necesito volver aquí a nutrirme de todo lo que me hizo ser lo que soy, y que lo que de verdad me importa en la vida es estar una mañana soleada y fresca de noviembre en la paz inmensa de esta casa, transcurriendo sus amplios ambientes, reviviendo sus intensos recuerdos, visitando sus nostálgicos rincones, evocando sus amadas personas y flotando en la dicha suave de estar en absoluto contacto conmigo mismo. Lo demás, como atestiguan todas las sabidurías populares, es vanidad de vanidades, ilusión de ilusiones, engaño de engaños, espejismo de espejismos, abismo de abismos, fuga de fugas, mentira de mentiras y farsa de farsa de farsas…

Publicado el 17/11/2001

Admin Cony Morales