Además de escritor y académico, he sido militante de izquierda. En 1985 fui torturado por los sandinistas en Nicaragua, a petición de la izquierda oficial de mi país, agrupada en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Mi delito fue denunciar ante los países entonces socialistas que esta agrupación estaba perpetrando masacres de indígenas que también pertenecían a la izquierda, aunque organizados en grupos que no seguían la línea oficial cubana y soviética, y que, por el contrario, buscaban construir una alternativa nacional-popular más autónoma, proyecto en el que yo estaba comprometido y en el que todavía creo, aunque ahora en el marco de la lucha política por una globalización no dominada por las corporaciones transnacionales y la ideología neoliberal.
Diez años después, los síntomas derivados de la tortura psicológica hicieron sus respectivos estragos, hundiéndome en una total ausencia de voluntad de vivir que desesperadamente busqué ahogar en alcohol. Al oficial que supervisaba mi tortura -la cual se prolongó por dos meses y cuatro días- le solicité más de una vez que me fusilara porque no podía soportar más el tormento. Esa voluntad de morir desapareció cuando me dejaron en libertad, pero volvió -como lo prevén los torturadores- diez años después, en forma aguda. La lucha por recobrar el sentido de la esperanza y la voluntad de vivir fue ardua, pero al final gané la batalla. Por eso, hoy, en esta fecha tan significativa, pido a los hombres y mujeres de buena voluntad que luchen por erradicar del mundo la tortura psicológica en el nuevo siglo y el nuevo milenio. La tortura psicológica es el infierno cuidadosa y científicamente implantado en la mente y el corazón de un ser humano para que éste muera con lentitud, consumido por emociones que no comprende y que le carcomen el alma.
En todos los países del mundo hay miles de seres humanos que andan por la vida sin saber por qué sienten caídas espirituales profundas de las que pareciera no haber salida. Seres que desesperados acuden a toda suerte de paliativos para aliviar un poco el sufrimiento de una mente a la que se le ha alterado el sentido de realidad, y de una emocionalidad a la que se le ha fijado una falsa cuanto profunda certeza de desesperanza. A estos seres hay que tenderles la mano para que entiendan por qué sufren, pues ese es el primer paso para salir de donde están. Cuando se enteren de que su sufrimiento es el resultado de una tortura padecida hace años, un acceso tremendo de ira los invadirá. Esa es la mejor señal de que su recuperación ha empezado. Yo pasé por eso y sobreviví. Haber perdonado íntimamente a mis torturadores me da ahora la autoridad moral y la energía para señalarlos con serenidad y perseverancia ante la opinión pública.
Entrego mi lucha y mi victoria sobre este infierno a los jóvenes del siglo XXI, y lo hago sin denigrarme en la victimización ni el melodrama. Lo único que quiero es que se entienda que, no importa de dónde venga -de la derecha, de la izquierda, de cualquiera de las religiones, los racismos y los etnicismos-, la tortura psicológica no debe triunfar jamás sobre la esperanza y la voluntad de vivir. En mi caso no triunfó. Ojalá ese sea también el caso de todos los torturados de mi país y del mundo. Esta es mi plegaria.
Publicado el 03/12/2000 — en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales