El neoliberalismo propone la privatización de lo público como condición para que surja la libre competencia, especialmente en lo referido a los servicios básicos y a la salud y la educación, aunque no sólo a eso. También llama libre mercado a la ausencia de leyes que regulen las decisiones que los capitalistas toman en relación a qué hacer con su propiedad sobre el capital. Esto contradice los principios del liberalismo, que deduce la libre competencia de la justicia social, es decir, de la igualdad de oportunidades para todos, al margen de los resultados que cada uno obtenga con su esfuerzo individual a partir de esa igualdad inicial. En otras palabras, en el liberalismo las leyes garantes de la justicia social o igualdad de oportunidades no emanan del capital sino del Estado. La fórmula neoliberal inversa es una perversión teórica y práctica del ideario liberal y de la libertad económica, y es propia de una ideología empresarial monopolista y totalitaria.
Según el criterio neoliberal, los propietarios del capital deben someter las leyes a la lógica del mercado, es decir, al objetivo primordial de alcanzar mayores márgenes de lucro sin considerar si eso conlleva el deterioro de la calidad de vida de las mayorías y del ambiente o el decrecimiento de la capacidad intelectiva y la decadencia espiritual que resulta del consumismo disciplinado al que induce la publicidad. Esto no forma parte de la lógica del mercado ni de su ética, para las que sólo hay que privatizarlo todo porque eso garantiza la libertad económica de los ricos, quienes impiden mediante prácticas monopolistas que haya más ricos, coartando así la libertad económica, la libre competencia y la democracia, que son la esencia originaria del capitalismo.
Siguiendo la lógica neoliberal, la educación debe ser privatizada para evitar que el Estado —si cayera en manos de políticos concientes y responsables del bienestar de su pueblo— promueva la formación de seres humanos cultos, analíticos y críticos que se percaten de cómo funciona la sociedad y de cómo se articula el poder económico, así como de la diferencia que existe entre liberalismo y neoliberalismo. La educación privada neoliberal busca formar profesionales sin más inquietud que el afán de lucrar y de lubricar su mala conciencia mediante la caridad, la beneficencia y el despliegue de comportamientos socialmente aceptados como esas sonrisas “francas y espontáneas” que resultan inmejorables para las relaciones públicas de la empresa.
Cuando la lógica neoliberal controla el Estado, se apresura a sentar las bases para la privatización de lo público a fin de que las transnacionales asuman la inversión necesaria de la modernización económica y para que las atrasadas oligarquías puedan solicitarles volverse socias minoritarias de sus monopolios. Cuando esta lógica llega a controlar los ministerios de educación mediante la gestión burocrática de tecnócratas administrativos que nada saben de pedagogía ni de didáctica (y ni siquiera de ortografía y sintaxis), las reformas educativas empiezan por sentar las bases para neutralizar el conocimiento crítico de las ciencias sociales y las humanidades, y para formar educadores en saberes aislados y sin relación con la totalidad social. El resultado es una ciudadanía acrítica y superficial, favorable por ello a la privatización y a otras “sugerencias” consumistas.
En mi país, la oligarquía y sus cuadros neoliberales de clase media impulsan desde el Estado una reforma educativa fraudulenta que ha privatizado la formación de docentes aboliendo la carrera escolar de magisterio y remitiéndola a instituciones educativas de su propiedad, y además han pactado con empresas de familiares, amigos y empleados la impresión de miles de textos escolares que —financiados con nuestros impuestos y por la cooperación internacional— serán obsequiados a planteles públicos y privados para uniformizar la mente de los educandos. La lógica neoliberal borra fronteras entre lo público y lo privado cuando se trata de lucrar, y para el efecto acude sin el menor pudor al más desembozado mercantilismo, de modo que aquí el negocio de la educación se administra abiertamente desde el ministerio respectivo. Un ministerio que “capacita” maestros a punta de dianética y “sabiduría” conductista New Age,y que produce materiales didácticos cuyas “mediaciones pedagógicas” engullen los contenidos y las interpretaciones críticas, propiciando así la muy rentable anulación pro-consumista de la inteligencia analítica.
Publicado el 12/04/2006 — en elPeriódico
Admin Cony Morales