Los ladinos extraemos nuestro orgullo étnico del mestizaje. No nos enorgullecemos solamente de nuestro ancestro europeo ni solamente de nuestro ancestro indígena, sino que nos enorgullecemos del resultado de esa juntura. Y aunque ha habido énfasis culturales que han inclinado a unos y a otros en favor de cualquiera de las dos raíces que moldean nuestra identidad cultural, tanto el europeísmo cosmopolizante como el indianismo nostálgico han probado ser pobres alternativas al mestizaje, que sigue siendo en la práctica el eje de la identidad y de nuestra idea de nación. Los ladinos han protagonizado lo bueno y lo malo de este país, e igualmente lo han hecho los indígenas, aunque en condiciones de mayor desventaja en relación a nosotros y a la élite criolla. Sin embargo, existen ladinos vergonzantes que se rasgan las vestiduras diciendo que “hemos” provocado todos los males de los indígenas, prescindiendo de todo sentido histórico al juzgar la lucha de clases como una secuencia de crueldades ladinas hacia los indígenas.
Este es el criterio que comúnmente se utiliza en los textos antropológicos que sobre etnicidad, raza e identidad se escriben en Estados Unidos. Los ladinos aparecen como los malos de la película: ellos son los racistas, opresores y crueles, mientras los indígenas aparecen —ligados a un concepto idealizado de pueblo— como un conglomerado virtuoso de cuyo aporte balsámico nos hemos visto privados durante 500 años debido a la opresión que nosotros mismos hemos ejercido sobre ellos. Es esta la visión que los ladinos debemos cambiar. Ya no se puede seguir leyendo el texto de Guatemala en blanco y negro, en la clave binaria indio/ladino. Y para eso hay un sólo camino: explorar la zona gris de las identidades híbridas. El otro camino es insistir en el binarismo para que los ladinos y los indígenas, cada quien por su lado, nos dediquemos a construir una identidad política para enfrentarla con el otro en una lucha fundamentalista y violenta. El derecho que los ladinos tenemos a la cultura europea y a la indígena debe defenderse con la misma intensidad con la que se defiende el mestizaje porque éste se sustenta en aquel derecho. De modo que nada de andar diciendo que la cultura indígena es sólo de esa élite intelectual que se ha inventado la identidad política maya para luchar contra nosotros y así arrebatarnos un poco del poder que tenemos y que a nuestra vez arrebatamos de los demás grupos étnicos a lo largo de la Colonia.
La cultura indígena es tan nuestra como la española. Nosotros no les estamos negando ni a los indígenas ni a los mayas (que son dos grupos distintos) que hablen español ni que se apropien de nuestra cultura. Lo que sí les estamos negando –y en esto los ladinos debemos ser ecuánimes y justos– es la oportunidad igualitaria de acceder a los bienes sociales con dignidad económica, étnica y cultural. En esto, la ladinidad debe ceder y abandonar sus mentalidades oligarquizantes. Otra cosa que les estamos negando –y en esto la ladinidad debe ser inflexible– es el libertinaje de usarnos como contrapartida negativa para erigirse ellos en alternativa positiva y sustituirnos en el territorio, en el país, en la nación, bajo el argumento fundamentalista de que son pueblos originarios y nosotros somos mixtades, espurios, advenedizos… La condición de mixtades debe ser el eje de nuestro orgullo étnico, y cuando alguien nos eche en cara que es indie pero no mixtade, nosotros habremos de responder exactamente lo contrario. Esto tiene la enorme desventaja de fomentar el binarismo racista que nos llevaría a la división, al apartheid, a la partición y no a la nación multicultural. Sin embargo, la afrimative action, la political correctness, la identity politics, la politics of recognition, la multicultural politics y demás dispositivos importados con que los mayistas realizan su lucha, nos obligaría a ello. Ojalá hallen pronto una voz original.
Publicado el 24/04/1997 — en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales