Y bien, ¿qué hay debajo de la turistización de las costumbres, vestimentas, artesanías, religiosidades, ceremonias y hábitos indígenas, ofrecidos hoy al consumo turístico como cultura maya?
Hay lo que ya sabíamos que había: una religiosidad popular de corte cristiano, ya sea en su versión católica (hoy considerablemente disminuida), ya sea en su versión protestante (hoy en creciente auge), todo mezclado con creencias que los científicos llaman mágicas, y que son el resultado del sincretismo religioso que inducidamente se entronizó en las conciencias mestizas del pueblo a lo largo de la colonización. De modo que existen, sí, contenidos o elementos precolombinos en los rituales que los sacerdotes mayas de hoy día efectúan no sólo a la luz del sol o de la luna, sino de los turistas. Pero, junto a éstos, los lamentos cristianos saltan también a la vista. La fe, pues, la genuinidad, la autenticidad de la cultura indígena de hecho sí existe y no es una mascarada, pero es una genuinidad híbrida, sincrética, mestiza; no es maya en el sentido de ser otra cultura, y menos una cultura que pueda o deba contraponerse a la ladina como alternativa mejor por contener valores comunitarios, carentes de egoísmo, ecológicos y bla bla bla.
Me atrevo a decir que la llamada cultura indígena solamente existe referida a la ladina, y que la llamada cultura ladina solamente existe referida a la indígena. Ninguna de las dos existe por sí misma, y, a estas alturas, ninguna de las dos podría existir por sí misma. Ambas constituyen los dos componentes de una identidad cultural mestiza que tiene, según el caso, énfasis indígenas o énfasis ladinos. Por eso es que las especificidades —si bien existen— no deben dar pie a luchas por la cultural difference per sé, porque eso divide y separa y no ayuda a la integración multicultural de Guatemala.
Por lo que indios y ladinos debemos luchar es por la democratización de este país: por la democratización de las prácticas culturales indígenas y ladinas y por la igualitariedad étnica; por la democratización de los mestizajes (el mestizaje indígena y el ladino, y la mezcla de ambos) y las hibridaciones no impuestas. En todo caso, yo creo que los consumos masivos de bienes simbólicos industriales por parte de los indígenas replantea estas luchas, pero de esto aún no se dan cuenta ni los mayistas ni los sabios mayas ni los dirigentes mayas, aunque sí los indios o indígenas, que nada saben de mayismo, porque viven sus consumos diariamente viendo telenovelas en Univisión en San Juan y San Pedro La Laguna y escuchando en su Walkman a Selena en el Parque Central de la capital los domingos por la tarde, y de esa manera articulan identidades híbridas que no son para nada LA identidad del otro. ¿Cuál otro? Todos aquí somos este, sólo que la estedad tiene énfasis ladinos e indígenas y especificidades en diverso grado. Esto debiera ser respetable y objeto de luchas democratizadoras.
Pero que me vengan a vender la idea de la otredad maya, habiendo tirado una ficticia línea de continuidad entre la evidencia arqueológica de la zona maya de Yucatan y el Petén y las ceremonias montadas para el turismo (pasando por la esoteria del Tzolkin), eso es tanto como que los chinos me quieran vender una línea de continuidad ininterrumpida entre el I-Ching y Deng Tsiao Ping, habiendo pasado por Mao Tse Tung. Entiendo que los financiamientos internacionales son un modus vivendi para muchos, y eso debo respetarlo. Pero no se vale ganarse la vida baboseándose a la gente. Ni lo maya ni lo ladino autoriza a nadie ser estafador.
Publicado el 05/08/1996 en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales