LA CHABE

Se me murió mi monitor. El aparato que sabía siempre dónde y cómo yo estaba. Un receptor-transmisor que informaba siempre a mi familia infaliblemente acerca de mis pasos.

 La tecnología que utilizaba es tan vieja como la Humanidad: eran las barajas, los naipes… las cartas…

Ahí se la encontraba siempre, dispuesta a decirle a uno lo que le estaba pasando o lo que le iba a pasar.

Mi abuelo quiso convertirla en médium, pero tuvo experiencias terroríficas que la hicieron desistir de aquella vocación un tanto forzada. Me contó que una vez, tratando de mover una cama de un cuarto a otro, de pronto el extremo opuesto al que ella tenía sujetado se levantó, y entre ella y ese «alguien» la colocaron en su lugar: se sentó aterrada sobre la cama y supo de pronto que alguien se sentaba también porque sintió hundirse el colchón junto a ella.

La Chabe, mi tía bruja (en el buen sentido del término) acaba de morir. Mi computador, mi oráculo, mi sistema de monitoreo en cualquier parte del mundo se me murió hace unos días, y hoy la lloro…  Cuando uno llegaba donde La Chabe, siempre había un café a la mano, un saludo y un abrazo cálido y fuerte y, luego, claro,… las cartas… Ella ya sabía que uno a eso llegaba, a que le tirara los naipes… Y le atinaba a todo de una manera tan pasmosa, que ella fue uno de los factores que hicieron que yo abandonara la mitología del cientificismo y adoptara un respeto profundo por las prácticas esotéricas y mágicas de mi pueblo…

«Yo nunca puedo saber nada de mí misma», solía decirme,  «pero a ti, mijo, y a los demás, les puedo decir todo».

 Cuando en las cartas veía cosas horrendas, se las callaba para no atormentar al consultante, y siempre trataba de ofrecer la versión más positiva de los futuros que lograba vislumbrar…

 Mujer delgada, fibruda, siempre la recuerdo volviendo del mercado de la zona once con el mandado en la mano.  Las veces que estuve preso en otros países, la Chabe le hizo saber a mi madre que yo no estaba bien: una vez le dijo: «Roberto está triste en un cuarto muy pequeño y casi sin luz, pero lo rodean cuatro amigos que lo quieren y lo animan, no te preocupés, va salir con bien de esta…» Y así fue.

Hubo veces en las que tomé el teléfono y, por larga distancia, le pregunté sobre mi suerte. Ella me decía: «Llámame mañana y ya te tengo la respuesta».  Era mi monitor, mi oráculo, mi computadora. Como el I-Ching lo era para Genghis Khan… Y se me murió…

La Chabe era hija de mi abuela pero no de mi abuelo, y vino con toda la prole desde México hasta Guatemala a principios de siglo. Era mi tía mayor. Sabia, buena, vertical, intachable.  Y era mi bruja favorita, la más linda bruja que he tenido en la vida…

La Chabe supo criar a sus hijos hasta la muerte. Nunca los abandonó. Trabajadora, huesuda, mujer de casa, luchadora incansable, los avatares de la cocina eran su distracción. Fumaba sin medida. Murió de un cáncer pulmonar. Pero su voz reseca y su risa silbante siempre estaban a la orden del día. Optimista, feliz en medio de adversidades que yo presencié, siempre fue ejemplo de entereza y rectitud.  ¿Las cartas…? Bueno, ella decía que en principio eso no debía hacerse, pero que si hacía con el debido respeto y sin hacerle daño a nadie, aquello resultaba como la labor de un médico o la de un cura de parroquia.  Y hacía el bien. Era una benefactora. Jamás cobró un centavo por echarle las cartas a nadie, y a menudo era renuente a hacerlo. Ella intuía cosas, y a veces sabía que lo que las cartas iban a decir no era bueno o siquiera agradable para el consultante. Entonces no lo hacía. «Vení otro día, mijo», me dijo una vez. Ella sabía que algo terrible me esperaba. Y así fue.

Otras veces desenvainaba los oros con un placer indescriptible en el rostro, siempre con su cigarro en la boca, al informarle a uno sobre su buenaventura.  Cuando yo era niño ella fumaba Extra King Bee, luego se cambió a Payasos; ya de último fumaba lo que fuera, bastaba con que se tratara de un tabaco fuerte.  El café, el tabaco y las cartas… Y ese abrazo fuerte y sincero, es lo que recuerdo ahora que la lloro…  Para no cansarlos más, sólo quiero decirles que Isabel Córdova, La Chabe: mi tía, mi computadora, mi oráculo, mi sistema perfecto de monitoreo, se me murió el 24 abril, día del cumpleaños de mi hermana…

Sé que ahora que escribo estas líneas solo en mi cuarto ella está conmigo, y que no me va a dar susto alguno. Sólo eso me faltaba, Chabe. Ella, mi monitor… descansa en paz…

Y me pregunto, ahora sin mi aparato, sin mi monitor, ¿qué voy a hacer?  Chabe, écheme las cartas por última vez. Ahora más que nunca lo estoy necesitando… Sólo tengo bastos… Sáquese de la manga unas monedas de oro por favor…

Publicado el 09/05/1993 en Prensa Libre

Admin Cony Morales