La psicoterapia consiste en enseñarnos la necesidad que tenemos de enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros temores, fobias, dependencias y negaciones de lo que simplemente es. Por ello, debemos preguntarnos en franca actitud psicoterapéutica si padecemos el síndrome de Maximón (la deidad indígena que se transfigura en su enemigo cristiano, primero español y luego ladino) y cuáles son los síntomas de ese síndrome en nosotros. En general, el síndrome consiste en nuestras conductas culturalmente mestizas: ladinos que comen tamales, chiltepes, frijolitos, pepianes y chojines y que visitan a San Simón en San Andrés Itzapa, e indígenas que comen pizza, hamburguesas, tabouli y sushi y que asisten a las iglesias protestantes a adorar a Jehová. Los ejemplos posibles son muchísimos. Pero lo interesante es observarse uno mismo los síntomas del síndrome.
Por ejemplo, si yo tengo un apellido indígena pero he vivido siempre como ladino, ¿se me dificulta identificarme como “maya” porque no me trago esa identidad esencialista, y también hallo difícil identificarme como ladino porque percibo que la ladinidad me discrimina por mi apellido indígena, e igualmente me resulta conflictivo identificarme como indígena porque siento que tampoco me corresponde esa identidad en vista de que no hablo ninguna lengua vernácula ni realizo prácticas comunitarias ni creo en las creencias indígenas? ¿Qué soy, entonces? ¿Quién soy?
Otro ejemplo: Si yo soy indígena, si mi madre usa corte y casi no habla español pero yo voy a la universidad Landívar y tengo acceso a una educación llamada ladina, ¿por qué me conflictúo al ver como deseable el modo de vida ladino u occidental si sé que lo merezco como ser humano que soy y que no por eso abjuro de mi condición de indígena?
Y finalmente: ¿Por qué un ladino con fisonomía media indígena siente odio hacia los indígenas actuales y a la vez valora a los mayas de la antigüedad?
Estos son algunos de los síntomas conflictivos del síndrome de Maximón. ¿Pero podría darse el caso de alguien a quien su mestizaje lo hace sentirse orgulloso, no de un lado o el otro sino de la mezcla misma? Esto, claro, tomando en cuenta que la mezcla de los elementos o la articulación de las diferencias no es siempre la misma en todos los individuos, puesto que varía según la extracción de clase, el género, el énfasis étnico, el nivel educativo, etc., de la persona que padece el síndrome que nos ocupa.
¿Padece usted el síndrome de Maximón? Y si lo padece, ¿cuáles son sus particulares síntomas personales? Me parece que contestar a estas preguntas nos ayudaría mucho a ubicarnos identitariamente en el centro de nuestra rica interculturalidad y, sobre todo, a asumir con gozo y orgullo nuestros mestizajes. Haga esta prueba, amigo lector, pregúntese a usted mismo si padece el síndrome de Maximón y, sobre todo, cuáles son sus particulares síntomas. La respuesta puede ser sorprendente y del todo liberadora. Pásele el mensaje a su familia y amigos, y cuénteles su experiencia al enfrentar este hermoso síndrome, que puede ser conflictivo pero que se alivia con la plena conciencia de su particular manera de existir en cada uno de nosotros. Si hacemos este ejercicio, nos daremos cuenta de que tenemos que reformular la pregunta inicial así: ¿Hay alguien que no padezca el síndrome de Maximón? ¿Y qué importa padecerlo si no causa conflicto? Lo hermoso es estar conscientes de él.
Publicado el 5/07/2000 en — Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales