A pesar de ser menos conocido y leído que Otto René Castillo, Roberto Obregón constituye la cumbre de la poesía contemporánea de Guatemala, y ejemplo de una producción cultural truncada por la guerra. Obregón es la piedra de renovación de la poesía guatemalteca, y su obra es uno de los experimentos poético-antropológicos más profundos intentados en Latinoamérica en la dirección del buceo en el propio pasado y en el delineamiento dinámico de la propia identidad cultural. Roberto Obregón fue capaz de transmitirnos una visión amplia del mundo popular guatemalteco -de suyo complicado- por medio de haber seleccionado y re-funcionalizado las palabras, las frases, las expresiones y los giros de las hablas populares de la costa sur, fundiéndolas y refundiéndolas con el lenguaje del Popol Vuh y de otros textos sagrados.
El mito y la magia que se hallan en el centro de esta visión del mundo y que expresan formas de producción pre-capitalistas, aparecen coronadas por expresiones de una picaresca propia ya de conglomerados populares que se ubican en el circuito de circulación de la mercancía: obreros agrícolas y amplias capas medias de oficios varios que van desde la servidumbre doméstica hasta el magisterio y los servicios burocráticos.
Obregón nació en 1940 en un pueblo de la costa sur: San Antonio Suchitepéquez. De su niñez extrae el arco de su poesía, ése encima del cual transita el alma -mágica, dolorida y picaresca- de su pueblo. Por eso su discurso es el discurso de un hombre del pueblo.
Pero se trata de un hombre del pueblo que ha asimilado las culturas universales en sus desarrollos nucleares esenciales y que, armado de ellos, vuelve a su pueblo y se entrega a él renovado, poderoso y final.
Para presentarlo a él por medio de algo de su creación vamos a proceder así: nos adentraremos en el primer poema de El fuego perdido (Dirección General de Cultura y Bellas Artes, Guatemala, 1969. Todas las citas serán de esa edición) y sólo ofreceremos la lista de sus otros libros. Roberto publicó sus iniciales Poemas para comenzar la vida en una Separata de la Revista de la Universidad de San Carlos en 1961; luego se publicaron Los versos del alfarero (1962-1964), El aprendiz de profeta (1965), La flauta de Ágata (1966), Ensayos (1967) y El fuego perdido (1969).
La primera sección de El fuego perdido se titula «Las Inscripciones» y abre con la enunciación dramáticamente serena de una dificultad, de una cierta imposibilidad de hacer, de hacerse, de ser. Dice:
No podemos encender la hoguera
Mojado está el bosque
podridos están los troncos (p.5)
Es una imposibilidad histórica referida al rescate «del sí mismo», de la identidad, puesto que afirma:
No podemos quebrar los colmillos del frío
Arrancar
Y recobrar nuestros huesos entumecidos (p.5)
Se trata de una identidad representada por los propios huesos, los cuales -por qué no- pueden ser los de los ancestros: esos que representaron igual dificultad a Kukulkán, Quetzalcóatl, La empresa es difícil, pero los que la desempeñan son los llamados y los escogidos para realizarla:
En la humedad en el agua
nos ha tocado prender la hoguera
En la oscuridad en la noche
nosotros somos la región más espesa
Y la dificultad viene expresada con el verbo de los ancestros, con el léxico y la sintaxis y la poética del Popol Vuh, el libro sagrado. Son los hijos de los ancestros los que:
A oscuras sesionamos bajo la helada
Y conferenciamos sobre nuestro qué hacer
De cómo allí los muertos continúan
jugando un gran papel en la guerra
De qué manera se escogen entre todos
Quiénes llevarán a la espalda el mayor peso
en los ratos
de agudo peligro (p.5)
Luego vendrá una invitación a la unión. El poeta llama a todos los del fuego (un fuego perdido que debe recobrarse y que tiene que ver consigo mismo y con su pueblo) a que se calienten con el corazón, con el sentimiento, con el amor:
Acérquense los del fuego
Los enamorados de la vida
Nos calentaremos con estos nuestros corazones
Hechos leña bajo este rudo temporal
Pero contentos (p.5)
Este es en su totalidad el poema-síntesis que introduce al lector en la concepción global de Obregón: la necesidad de recobrarnos a nosotros mismos como pueblo, como etnias, como culturas y como seres humanos. Ideólogo -sin quererlo- del mestizaje necesario, he aquí a Roberto Obregón y a su estrella…
Publicado el 20/01/1993 — en Prensa Libre
Admin Cony Morales