Archivos MRM│INTERCULTURALIDAD Y COOPERACION INTERNACIONAL

Al darse cuenta de que el multiculturalismo no funciona en Guatemala, cuestión que quedó corroborada en el debate público y en el resultado de la pasada consulta popular, la cooperación internacional dio un giro afortunado en su oferta de recursos para los movimientos etnoesencialistas y los encauzó hacia la interculturalidad.

Es cosa sabida que la cooperación internacional divide y dispersa los esfuerzos de la sociedad civil al hacer competir a los diferentes sectores de la misma por los recursos económicos que les ofrece. Asimismo, propicia la corrupción en algunos de los grupos de poder que dirigen oenegés y administran proyectos porque a menudo esa actividad se convierte en negocio de iniciados, y los sectores sociales beneficiarios de los proyectos no prosperan sino solamente lo hacen ciertas élites burocráticas que hablan en nombre del pueblo para recibir los fondos con los que se autoasignan altos salarios. En otras palabras, la cooperación internacional viene solucionando el problema de sobrevivencia de ciertas capas medias indioladinas medio intelectualizadas, y no los problemas del pueblo, de las masas, de las mayorías. Esta política ha sido errónea e incongruente porque el apoyo irrestricto al etnoesencialismo no es compatible con el objetivo de la paz en el que la cooperación internacional enmarca sus acciones, ya que este apoyo se traduce en apoyo al multiculturalismo, el cual —está visto— produce divisionismos y enfrentamientos interétnicos. Ahora, todos hablan de interculturalidad, y qué bueno que así sea. Habrá que cuidarse de no permitir que se manipulen este concepto y esta práctica, unilateralmente, en favor de grupo étnico alguno.

Si a la cooperación internacional le interesa enderezar el rumbo, debe ponerse a pensar en que nuestro país necesita una sociedad civil unida y propositiva, y en que, para que lo sea, ésta debe tener muy claro un interés nacional y un proyecto de nación interétnica, intercultural y democrática; pero que con la política de tirar dinero como quien tira maíz a palomas hambrientas eso no se iba a lograr. Sería inteligente, por tanto, apoyar la interculturalidad como política general de democratización interétnica, propiciando la autoconcientización de los sujetos interculturales para que lleguen a asumir esa condición de manera genuina. Es decir, para que asuman su mestizaje y su diferencia con plenitud y orgullo. Esta sería una fase del camino hacia la democratización interétnica. La otra lo sería la construcción de un frente popular interétnico e interclasista (financieramente autónomo) para conformar una nueva hegemonía interétnica que sea la base de una fuerza política, sin ataduras con la cooperación internacional, que luche por el poder para democratizar la nación.

Con un giro tal, la cooperación internacional puede aún demostrar que no busca solamente mantener dividida a la sociedad civil a fin de que ésta no satisfaga nunca sus intereses cardinales. Si insiste en lo contrario, demostraría que sus financiamientos sólo están preparando el terreno para la penetración de las transnacionales del turismo, las maquiladoras y demás mecanismos globalizadores (en clave neoliberal), ya que financiar etnocentrismos con dineros de países globalizadores –a los que les interesa uniformizar las culturas y no magnificar sus diferencias (para así uniformizar la oferta y la demanda de bienes globalizados)– sólo tiene sentido si se entiende como fase preparatoria para convertir las culturas tradicionales en mercancía turística.

La agenda de la paz implica una sociedad civil unida y no dispersa, capaz de proponer un proyecto de nación democrática intercultural. El multiculturalismo ya probó su inoperancia en Guatemala y el esencialismo etnocéntrico es ya ideología de museo. La cooperación internacional tiene, pues, para variar, la palabra.

Publicado el 26/06/2000 — en Siglo Veintiuno

Admin Cony Morales