Alguien me dijo una vez, hablando de nuestra generación sesentera y setentera, lo siguiente: En aquellos años había dos caminos, o volverse guerrillero o volverse jipi, y yo no tomé ninguno de los dos; yo me dediqué a trabajar. Obviamente, se trata del discurso de un sesentero que lejos de vivir su época, quiso emular a la anterior y probablemente lo consiguió en la medida de sus posibilidades.
En la Guatemala de los años sesenta había más bien la posibilidad de aburguesarse y la de hacerse un revolucionario. Al menos esa era la disyuntiva de cierta clase media acomodada y medio ilustrada. El jipismo llegó tardíamente a Guatemala, hasta los años setenta, y nunca tuvo adeptos ortodoxos sino variantes locales. Cuando los sesenteros tuvimos a nuestros hijos, en los años setenta, el país había experimentado la primera derrota del movimiento revolucionario y muchos de nosotros se declararon en franca bancarrota moral, y cundió el escepticismo y la bohemia cínica. Otros, se dedicaron a reconstruir el movimiento revolucionario y no perdieron la fe, aunque eso no hubiese implicado que se abstrajeran de la bohemia y de cierta vida desordenada aprendida en los sesenta de las modas culturales norteamericanas. El rock y la cultura rocanrrolera fueron un contenido fundamental de conciencia de los jóvenes revolucionarios sesenteros y setenteros, y sus hijos crecieron en medio de aquélla música y de la llamada música de protesta que, entonces, estaba constituida por los Mejía Godoy, la Nueva Trova Cubana, Soledad Bravo, etc. Por cierto, esa música aún se escucha en Guatemala en ciertos ambientes setenteros, por parte de quienes vivieron su juventud en los setenta y que ahora transcurren una adultez nostálgica debido a que no asimilan todavía el colapso de la izquierda. También la escuchan los jóvenes de los años ochenta, que no tuvieron oportunidad de enterarse de lo que ocurría en el mundo en términos de cultura durante esa década. Sin embargo, los escuchas de esta música son una minoría. La gran mayoría de jóvenes escucha salsa y otras formas musicales menos comprometidas con un cambio mundial, como lo fueron el rock y la protesta. César Montes me decía hace poco que sus cantantes favoritos eran Elvis Presley y Ricky Nelson.
El hecho es que nuestros hijos crecieron en medio de la angustia, la clandestinidad, el doble discurso, el ocultamiento de la verdad ante los vecinos, la transmisión de la ideología revolucionaria en voz baja, las tensiones familiares, los cambios constantes de casa, la muerte de amigos cercanos, el exilio y, finalmente, la vuelta a la música de los setenta por parte de sus padres nostálgicos. Lo que quiere decir: envejecidos. Es curioso que los hijos de algunos revolucionarios y simpatizantes de la revolución, hoy vean a sus padres como viejos chochos que sueñan con un mundo que no se pudo construir pero al cual se aferran como los abuelos al tango, a Gardel, a Pedro Infante.
Hay un sector de la generación sesentera que ha envejecido, definitivamente. Se trata de los izquierdistas nostálgicos y de los derechistas que creen que ganaron la competencia. Pero hay otra fracción (más amplia) de esa generación, que está actualmente en el poder político, económico y cultural del mundo, y es el grupo de gente que tiene en sus manos el futuro inmediato de la humanidad. Guatemala no es una excepción: entre los sesenteros se está jugando, en buena medida, el futuro del país.
Y, en un limbo que nos cuesta aceptar, nuestros hijos pululan con lujo de indiferencia que ofende nuestros ideales, tanto en la izquierda como en la derecha, en la guerrilla como en el ejército. Cuál será la misión que los jóvenes de ahora se autoimpongan frente al mundo que les ha tocado vivir, es algo que nadie sabe todavía, mucho menos ellos mismos. Y si algún exaltado me sale con que los estudiantes siguen quemando llantas y armando barricaditas para protestar por injusticias flagrantes, le diría que eso no es sintomático de una generación, sino más bien obedece a manipulaciones de nuestra generación hacia ellos (que siempre hay incautos).
Lo dicho: los jóvenes de ahora no quieren cambiar el mundo sino adaptarse a él. Sus razones tienen y nos las deben a nosotros.
Publicado el 22/09/1995 en — Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales