Archivos MRM│FUNCIÓN SOCIAL DE LA POLÉMICA Y EL DEBATE

Cuando recién llegué a Guatemala en el mes de enero luego de diez años de ausencia, algo de lo que ya había olvidado y que más llamó mi atención fue observar cómo los columnistas de los diarios mantienen pertinaces monólogos consigo mismos puesto que nadie polemiza con ellos, aun cuando sus comentarios son los suficientemente audaces y picantes como para interesar a los aludidos a ofrecer sus puntos de vista.  El hecho es que me resultó notorio que la conexión, el diálogo, el debate, el encuentro de puntos de vista diferentes, en una palabra, el disenso polémico, no tiene lugar. Simplemente cada cual habla de los demás pero monologando. A lo sumo, alguien alude con sarcasmo hiriente a las opiniones ajenas pero nunca se entabla la polémica. Menos aun la polémica respetuosa del punto de vista ajeno. Es decir, la polémica realizada no con la certeza de que mi criterio es el correcto y con la finalidad de imponerlo sobre el criterio del otro, sino la polémica realizada bajo el convencimiento de que tanto el oponente como yo tenemos, por humanidad, parte de la verdad en nuestro poder. La polémica que parte de estos supuestos tiene la característica de ser concebida como un esfuerzo conjunto de los polemistas para arribar a una verdad global y, quizás, a una solución por lo menos teórica del problema que se trata.

 Desgraciadamente, y esto no me es ajeno porque soy guatemalteco para bien y para mal, nuestra cultura política -de derecha o izquierda- concibe la polémica y el debate como la versión verbalizada de un enfrentamiento violento ejercido militarmente en el sentido de que el objetivo final de los contendientes es el aniquilamiento del enemigo y su erradicación del horizonte social. Así, concebidos, la polémica y el debate son solamente la ocasión para que, con un lenguaje hipócritamente cordial y «democrático», desfoguemos odios y bajas pasiones mediante el expediente de denigrar con recursos de escarnio y calumnia al oponente.

Esta atrasadísima concepción del debate y la polémica determina que cuando vislumbramos que vamos a «perder» una discusión la evitemos o inventemos salidas tangenciales para atacar al enemigo en un terreno en el que no pueda defenderse. Esto es perfectamente válido en la táctica guerrillera pero no en el debate y la polémica, los cuales son esencialmente mecanismos democráticos para arribar en forma conjunta a soluciones conjuntas y preferiblemente satisfactorias para todas las partes.  En nuestro caso guatemalteco, y tomando en cuenta el momento histórico que vive el país, la polémica y el debate abiertos, frontales, francos y amistosos juegan el importantísimo papel de contribuir a formar una cultura del respeto al disenso, una cultura democrática que es precisamente la que nos hace falta. Estamos acostumbrados a imponernos o a ser aplastados. Pero nunca a compartir el poder, los espacios políticos y los criterios aun cuando el otro no piense uniformadamente como yo. El elemento amistoso que debiera tener la polémica implica que el hecho de no estar de acuerdo con alguien y el hecho de hacer valer mis puntos de vista en confrontación con los de ese alguien, no conlleva obligadamente que deba pelear con él, que deba denigrarlo frente a los demás y que deba cumplir con el oscuro mandato de «triunfar» sobre quien no piensa exactamente como yo.

Todo esto tampoco quiere decir que los términos en los que libramos la polémica y el debate deban ser tibios, mediatizados y carentes de vigor, firmeza y agresividad cuando ésta hace falta. El respeto en el disenso implica que no debemos personalizar la confrontación de ideas, sino ponerlas a prueba en un clima de convivencia pacífica y cordial.           Insisto en que, en un momento histórico como el que estamos viviendo, la función ideológica que cumple el periodismo de opinión que polemiza y debate, confronta y analiza ideas y problemas es una función fundamental porque contribuye a democratizar el criterio y a crear el hábito del respeto al disenso, del respeto a las diferencias, a las especificidades y al diálogo como instrumento y mecanismo para dirimir desacuerdos y buscar consensos. El consenso no significa lograr que la gente piense como yo. Significa que en las decisiones que se toman estén contenidos los criterios de todos y representados los intereses de todos. O por lo menos los de la mayoría.  La búsqueda de consensos puede hacerse -y debe hacerse- por la via del debate y la polémica. Martí definía la crítica como el «ejercicio del criterio». Este ejercicio forma parte del conjunto de los Derechos Humanos puesto que implica la libertad de expresión, de donde la polémica y el debate constituyen también un derecho.   

Si no se debate ni se polemiza, si no se confrontan las ideas, estaremos promoviendo el sordo monólogo de quienes desean ejercer el criterio -su criterio- para contribuir a la necesaria y ansiada democratización.

Publicado el 08/11/1992 — en Prensa Libre

Admin Cony Morales

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