La lógica cultural de la mayoría de los medios de comunicación responde al objetivo de lograr márgenes crecientes de rentabilidad. La razón de su crecimiento y reproducción es una razón de mercado. Dentro de esta razón se ubica el discurso que a través de los medios publicita el sistema político que conviene a las metas corporativas de las empresas cuyos jerarcas quitan y ponen funcionarios públicos. La segmentación ideológica de los medios masivos es hoy mucho más evidente que antes. Hay medios de desembozada extrema derecha, como Fox News; de abierta derecha moderada, como CNN; de confesa izquierda radical, como La Jornada de México; y de explícita izquierda moderada como IPS.
En otras palabras, puede decirse que el eje articulatorio de la lógica cultural de los medios masivos es la censura. ¿Por qué? Pues porque los medios publican sólo aquellos discursos y contenidos que no contravienen las ideologías y creencias de sus propietarios, y excluyen de sus páginas todo lo demás. Como parte fundamental del eje censor de su lógica cultural, los medios juegan al pluralismo ideológico. Un pluralismo cuyo límite puede fijarse por la intolerancia de los burócratas administrativos ante críticas o alusiones a críticas al propio medio por parte de quienes opinan en sus páginas editoriales. De esto doy fe, pues recientemente fui objeto de la intolerancia del diario costarricense afincado en Guatemala, Siglo Veintiuno, del cual había sido columnista desde 1992. Fui censurado e insultado públicamente en un editorial escrito por quien funge como su director clandestino, el costarricense Guillermo Fernández, debido a que comenté un anónimo en que se involucraba a todos los medios locales en actos de contubernio con el actual gobierno oligárquico. Ante el insulto y la censura, renuncié públicamente por medio de la última columna que escribí para ese medio, en agosto pasado. Mi caso está siendo examinado actualmente por la sección guatemalteca del PEN Club Internacional, encargado, según su propio decir, de velar por la libertad de expresión en el mundo, ya que ninguna de las instituciones encargadas de la vigilancia del ejercicio de este derecho y de defender a los periodistas de la censura, registró lo ocurrido conmigo. Es el caso de la izquierdista agencia Cerigua y de todas las asociaciones gremiales del país.
La lógica cultural del mercado -que rige la lógica cultural de los medios masivos- busca optimizar el consumo del producto de que se trate, en este caso, de un diario escrito, televisado, radial o virtual. Esta lógica ha propiciado que para acaparar al mayor número de consumidores de noticias e información diversa, la palabra ceda su lugar central a la imagen, y así la gráfica sustituye en importancia al discurso verbal mediante fotografías gigantescas y pies de grabado mínimos. Además, los medios han ecualizado la calidad de sus mensajes por medio de varias tácticas que tienen que ver con la banalización de lo que hasta ahora había sido importante, y esto es sin duda otro caso de censura. Por ejemplo, el encasillamiento, dentro de la categoría de «celebridades», de personajes como Ghandi y Mandela junto a otros como Madonna y Michael Jackson, logra suprimir las jerarquías políticas y éticas anulando el sentido moral de las luchas políticas y cívicas, que así quedan reducidas al espectáculo. Bajo el rubro de «celebridades» pueden convivir sin problemas Marx y Al Capone, Vincent Van Gogh y Jackie Chan, Abraham Lincoln y Arnold Schwarzeneger. Convertir lo banal en importante es la meta estratégica que anima la comunicación que ofrecen los medios masivos, con lo que convierten al consumidor de sus contenidos es un ser educado para percibir aburrida la filosofía y entretenido el comentario fugaz acerca de las desdichas de los «ricos y famosos». Al hacer esto, los medios sustituyen al sistema educativo y a la ciencia con la publicidad y sus axiomas, cometiendo así un intelicidio colectivo que tiene a las juventudes intelectualmente paralizadas. En mi país, las secciones y suplementos culturales vienen saturados de noticias de farándula, fotos ampliadas de actrices y modelos, ofertas de discos y libros, carteleras cinematográficas, horóscopos, crucigramas, horarios de vuelos, informes climáticos y uno que otro artículo tomado de algún medio extranjero. Sólo publican allí los escritores locales que le caen bien al encargado de la sección. Y como en todos los mundillos culturales las diferencias de opinión se afilan hasta el extremo del chisme, la calumnia y la descalificación, pues ya pueden ustedes imaginarse el áspero clima en que el deslucido jet-set de la cultura local celebra la producción y consumo sus obras. Esto, también es una forma de censura.
Pero la censura como eje de la lógica cultural de los medios funciona de muchísimas otras formas. Cuando los reporteros necesitan opiniones de autoridad, recurren a los think-tanks locales, invariablemente financiados por la cooperación internacional y en los que campean los únicos intelectuales que localmente pueden sobrevivir de su intelecto, es decir, aquellos que investigan y escriben obedeciendo las líneas impuestas por los organismos internacionales que financian a sus institutos de investigación, los cuales funcionan como oenegés. En otras palabras, los mercenarios del intelecto, financiados adecuadamente para brindar criterios a los medios masivos acerca de la situación económica, política, social y cultural del país cuya debilidad institucional permite la desembozada injerencia foránea en asuntos internos que realiza la cooperación internacional con lujo de autoritarismo e impunidad. Este sesgo en los comentarios de autoridad constituye también censura, sobre todo si tomamos en cuenta que en los medios no tienen cabida igualitaria opiniones alternativas.
En mi país, después de una década en la que los dueños de medios se jugaron la carta del pluralismo en vista del momento histórico que se vivía internamente, muchos medios se han alineado con el gobierno oligárquico actual y la pluralidad de opiniones se ha cerrado considerablemente a lo largo de este año 2004. La derechización de los medios es notoria. La intolerancia de la ultraderecha neoliberal campea impune en ellos. El gran ejemplo es la absorción de medios escritos guatemaltecos por parte de la empresa La Nación, de Costa Rica, conocida por sus posturas alineadas con el republicanismo neoliberal más intolerante de Estados Unidos y con las ideologías cristianas más conservadoras. El empresariado guatemalteco opta irresponsablemente por vender sus empresas mediáticas ante su incapacidad de hacerlas rentables, poniendo así en manos de una derecha extranjera sus medios de ideologización, con lo cual permite la inserción de un ariete económico e ideológico en su mercado y en el juego político e ideológico que mantiene cohesionada a su clientela ciudadana.
En este sentido, vale decir que la desnacionalización del capital puede, y debe, realizarse sin renunciar al control nacional de los medios de comunicación. Entregarlos a manos extranjeras por completo es un error tan grande como entregar la potestad nacional de decidir lo que debemos leer, estudiar, aprender y creer. Es como poner los ministerios de Educación y de Cultura bajo control foráneo. Como entregar la administración del Estado a otro país.
Estas son algunas de las consecuencias de la hegemonía de la lógica del mercado como eje de la lógica cultural por medio de la que se reproducen los medios masivos en el mundo y, concretamente, en mi «pequeño y horrendo país». Allí, la libertad de expresión es pisoteada a diario, y las instituciones encargadas de velar por esta libertad están tan sectarizadas que sólo denuncian casos de periodistas censurados si éstos están alineados con su ideología. Es el caso de agencias de izquierda y de derecha financiadas por la cooperación internacional. Si un periodista simpatiza con la dirigencia ex guerrillera, entonces su caso de censura es denunciado por Cerigua y otras agencias de izquierda. Si no, se censura el conocimiento publico de su caso. Es así como la izquierda le hace el juego a la derecha y ambas proponen al país como un espacio en vías de democratización para que sigan fluyendo los fondos internacionales que mantienen en la cúspide de la clase media a las ociosas castas de burócratas oenegistas.
La censura es poder, y como todo poder, constituye una articulación social que sólo funciona mediante la voluntad y la acción de quienes la ejercen y de quienes la padecen. Por tanto, en este problema estamos involucrados todos: productores y consumidores de contenidos y formas mediáticas. Es una responsabilidad compartida lograr que sea el pluralismo ideológico y no la censura el eje articulatorio de la lógica cultural de los medios de comunicación, no importa si éstos responden o no a la lógica del mercado.
¿Que hay excepciones? Por supuesto que las hay. De lo contrario, este artículo no habría visto nunca la luz. Las excepciones, sin embargo, merecen ser tratadas en un espacio aparte tratando de establecer la lógica de una genuina alternatividad mediática en medio de la hegemonía absoluta de la ética del lucro.
Publicado en diciembre de 2004
Admin Cony Morales