Si vemos el asunto desde una perspectiva empresarial, a partir de su cooptación por el mercado, los llamados “estilos de vida alternativos” (que alguna vez fueran contestatarios y cuestionaran peligrosamente el estatus quo) representaron en Estados Unidos más de 20 millones de nuevos empleos y un incremento de volumen de ventas para unas 100 industrias del ramo en 1998.
Por lo tanto, desde la óptica policial, la industria cultural “alternativa” y todos sus productos están del lado de la ley. Por su parte, los recolectores de impuestos ven en las industrias “alternativas” el hecho brutal de que las mismas exceden los cuatro mil millones de dólares al año (más de diez millones diarios) en concepto de tributación, con lo que tal actividad puede postularse, desde su punto de vista, como beneficiosa para el Estado.
Aunque fue largo el proceso que llevó a la industria cultural “alternativa” a perfeccionar la simulación de la divergencia y la rebeldía, y a convertirla en una puesta en escena agradablemente espectacular y en un efectivo simulacro verosímil, la meta se ha alcanzado con un éxito sin precedentes en la historia del mercado ideológico. Por ello, los maestros de escuelas privadas recomiendan ahora a los jóvenes que sean rebeldes, que no se conformen con lo que tienen sino que disientan de todo, para lo cual existen innumerables opciones por las que pueden expresar ese descontento y su desviación de los canales tradicionales, así como su consustancial rebeldía. Estas opciones están representadas, por ejemplo, por revistas “transgresoras” y grupos de rock “marginal”, así como por “antros” y “cuartos oscuros”, y publicaciones y sitios de internet en los que se instruye al aprendiz de rebelde sobre qué ropa debe ponerse, qué actitudes debe adoptar, qué movimientos corporales debe exhibir, que música debe escuchar y qué libros debe leer para ser un genuino “rebelde” y un auténtico “inadaptado”.
Lo que estos datos (cuya referencia bibliográfica es: Thomas Frank and Matt Weiland, eds. Commodify Your Dissent. New York-London: W.W. Norton, 1997) expresan es que hoy día no existe prácticamente un espacio para el disenso que no esté ubicado en el ámbito más grande del mercado. Si uno quisiera situar su incoformismo o sus propuestas de alternatividad fuera del mercado, se vería enfrentado a un grave dilema: ¿si uno se sitúa fuera del mercado, en donde se sitúa, en vista de que fuera de él no existe ya prácticamente más que la marginalidad y la imposibilidad de comunicación? Ah, se me dirá, hay que usar al mercado para comunicar cuestiones realmente alternativas. Lo que nos llevaría a definir qué es lo realmente alternativo. Es ante esto que uno extraña la subversión armada y la época en que uno se deshacía sin pena de sus enemigos en vez de pedirles su opinión y de negociarlo todo con ellos.
En este dilema debemos situar los términos del debate interétnico en América Latina. Si estamos en el mercado ideológico, académico y político, no argumentemos con sofismas esencialistas que satanizan a los “malos” y canonizan a los “buenos”, a no ser que lo hagamos como simulacro para consumo del mercado regido por la cooperación internacional y los profesores progres. Y si queremos salirnos del mercado, actuemos exponiendo el pellejo para demostrar nuestras verdades, aunque eso sea poco menos que suicida. Como dice cierto autor de moda en los congresos de ciencias sociales: nuestro dilema actual es cómo ser radicales sin ser fundamentalistas. Yo creo que en la experiencia pasada de la izquierda está lo que no se debe repetir y quizá lo que debamos empezar a hacer de manera más efectiva y responsable.
Publicado el 3/06/2006 — en La Insignia
Admin Cony Morales