Así se escuchan los lamentos de las almas que flotan en el limbo ideológico que dejó la Perestroika y el triunfalismo del neoliberalismo y la Nueva Derecha: –«Qué haremos ahora sin proyecto político para mayorías… Qué será de nosotros sin utopías que alcanzar, sin sueños que realizar, sin imposibles por los cuales sacrificar nuestros exiguos bienes materiales… Qué será de nosotros sin la posibilidad del heroismo, de la excelsitud, de la ejemplaridad…
Pareciera como si de verdad hubieran muerto las ideologías, como si la Nueva Derecha no hiciera planteamientos utópicos y -lo que es más grave- como si los problemas de las mayorías (esos que llevaron a la bi-polarización y a la Guerra Fría) se hubiesen solucionado y ya no existiera nada por lo cual luchar.
Se quiere ignorar que el humo de los automóviles y de las fábricas hace que los niños -ricos y pobres- nazcan con deficiencias respiratorias; que los comerciales de televisión están uniformizando el gusto audiovisual e insuflando una concepción de ser humano que flota en el mundo de la seudoconcreción consumista; que las mujeres son discriminadas por el solo hecho de ser mujeres, y que los indios y los negros son sistemáticamente excluidos del mundo de las prerrogativas por considerárseles tácitamente inferiores; y, en fin, que el intercambio desigual rige hoy con más ferocidad que nunca las relaciones Norte-Sur.
Olvidan los nostálgicos de la izquierda que la historia no se detiene y que la dialéctica no hace concesiones ni siquiera a quienes hicieron de ella una especie de deidad estática.
Olvidan asimismo los entusiastas exégetas del neoliberalismo y la Nueva Derecha que esa «civilización de propietarios» que proponen para sustituir a la anterior «civilización de proletarios» apesta a demagogia de la más barata.
Y olvidan ambas especies que «los extremos se tocan» y que tanto el triunfalismo neoliberal como el desaliento y el sectarismo necios de la izquierda pretenden negar a la historia su cualidad móvil perenne. Y es que estas actitudes, incluyendo la del aferramiento dogmático al pasado izquierdista, responde al insuperable (para algunos) esquema del «profesionalismo» político: es decir, el esquema según el cual la política la hacen profesionales y especialistas en luchar por el poder y en detentarlo y administrarlo. !Absurdo de absurdos! Las masas están enseñando a los políticos profesionales que ellas son más pragmáticas que el más frío neoliberal, que ya no se tragan «macroproyectos» políticos y que son capaces de generar autonomismos que dan sorpresas electorales rotundas como ha ocurrido en Nicaragua y el Perú.
Hoy hacen falta fuerzas políticas que enarbolen banderas reivindicativas de toda la humanidad, sin que estas sirvan a círculos de políticos profesionales capaces de mimetizarse con sospechosa facilidad a cualquier circunstancia.
Una fuerza política ecologista, humanista, antimachista, etnicista y defensora de la libertad de conciencia frente a los medios masivos de comunicación es lo que la humanidad necesita para que no caiga la esperanza. ¿Otra utopía? Sí. Pero, ¿es que hay alternativa?
Publicado el 26/06/1992 — en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales