Los narco-corridos sustituyeron a los corridos. Los himnos evangélicos se vistieron con la piel de los ritmos populares como la salsa y la lambada, y las versiones que sobre América Latina consume el planeta entero son fabricadas en Estados Unidos. Me explico. En los corridos mexicanos de la revolución, el héroe del género era por lo general un combatiente popular que terminaba muerto en circunstancias heroicas y su gesta era rememorada por el cantor como un proceso humano trunco pero digno de imitarse. El héroe del corrido era un héroe ejemplar.
En los narco-corridos, por el contrario, el antihéroe es, por lo general, un narcotraficante cuyas peripecias son relatadas gloriosamente por el cantor, quien exalta las habilidades del antihéroe para burlar a la autoridad y meter la droga a donde quiere. Ya desde los años setenta, corridos como “La banda del carro rojo”, prefiguraron al antihéroe del narco-corrido que ahora se sale con la suya y no muere sino vive para burla y escarnio de todo tipo de legalidad. Junto a la tendencia más generalizada de la música “Tex-Mex”, esta línea melódica constituye el principal consumo musical de las masas populares en Guatemala, no sólo las de las ciudades sino —sobre todo— las del “interior” indígena del país. Y, hablando del “interior”, basta darse una vuelta por Atitlán para comprobar que las melodías y los ritmos populares —corridos, narco-corridos, salsa, etc.— sirven ahora de ropaje para alabar incansablemente a Jehová en las narices mismas de Maximón; y basta ver películas como “La casa de los espíritus”, “Paseo en las nubes” y “Evita” para darse cuenta que América Latina (su imagen, su versión inconográfica masiva, cinematográfica) se hace en Estados Unidos y se consume en todo el mundo, incluso en la propia América Latina, y que nosotros mismos acabamos tragándonos la versión que de nosotros nos ofrece el mercado globalizado de bienes simbólicos, como lo evidencia el cine argentino más reciente en películas como “Tango Feroz” (1993) y “Caballos Salvajes” (1995). Todo esto, para ilustrar una verdad que, a estas alturas, debiera ser ya puro sentido común, a saber: que los paradigmas que conformaron el siglo veinte han cambiado, que han cambiado drásticamente, y que estos cambios son a menudo imperceptibles porque los ropajes siguen siendo los mismos aunque refuncionalizados.
La refuncionalización de “lo mismo” para que deje de ser “lo mismo” aparentando ser “lo mismo” es, quizá, unos de los rasgos permanentes de la posmodernidad cultural globalizada. Por eso es que ahora la derecha parece izquierda y la izquierda parece derecha. Y por eso es que, de hecho, a veces la derecha es izquierda y la izquierda es derecha. Naturalmente, esta reflexión será descalificada por quienes se quedaron varados en la modernidad y en sus paradigmas binarios, y moran en las enrarecidas atmósferas de la nostalgia principista. Algunos creemos que es necesario reconstruir la utopía. Otros creen que así está bien el mundo y/o que la utopía debe seguir siendo la de antes. Escoja: este es el menú.
Publicado el 24/01/1997 — en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales