Recibí un interesantísimo mensaje por el correo electrónico, que transcribo a continuación:
¿Tommy Hilfiger o Tommy Hitler‑Figer?
Oprah Winfrey, en uno de sus programas recientes, entrevisto a Tommy Hilfiger, el diseñador de la ropa que lleva su nombre. En el show, Oprah le preguntó si de verdad él había hecho el siguiente comentario: — …Si yo hubiera sabido que los negros americanos, los hispanos y los asiáticos comprarían mi ropa, no la hubiese diseñado tan buena. Desearía que esa gente no comprara mi ropa, pues está hecha para gente blanca de clase alta…–. Ante la pregunta de Winfrey de si él había hecho tan cruda afirmación, Hilfiger respondió con un simple y escueto sí. Inmediatamente después, Oprah le exigió que abandonara su show. La sugerencia es: vamos a darle lo que él ha pedido. No compremos su ropa. Vamos a ponerlo en una situación financiera que no le permita a él mismo pagar los ridículos precios que le pone a su ropa.
Yo no vi ese programa de Oprah Winfrey, pero si esta historia es cierta me alegro de no haber comprado nunca esa marca de ropa que, por lo demás, se ha convertido en superfluo símbolo de dudoso estatus económico, ya que —se sabe— son los pobres de clase media quienes gastan una desproporcionada cantidad de su presupuesto en tratar de lucir como lo que no son. Bueno, pues este diseñador les ha dado en todo lo que los antiguos caldeos, asirios y babilonios denominaban torre, diciéndoles de manera brutal que no sean igualados, que los blancos con plata son los únicos con derecho a lucir esas prendas costositas, y que ya se dejen de shumadas o, lo que es lo mismo, se dejen de andar aparentando lo que no son, dándole de cachetadas a las aceras por perseguir el espejismo de la moda anglo. Pero lo más cruel de todo esto es que el insulto se hace extensivo a todos los hispanos. Aunque el argumento se refiera a los que están en Estados Unidos, cómo no sentirse aludido en nuestra mínima y dulce Guatemalita de la Abstención, en donde la ropa Tommy Hilfiger se luce, aunque sea sacada de las benditas pacas, que llegaron a ofrecerle a la ciudadanía la ilusión de estar a la altura de la moda mundial sin gastar mucha plata. Además, para mucha gente en Estados Unidos, toda la América Latina está habitada por Hispanics, incluyendo Brazil.
Por mi parte, si es que es cierta esta historia, no compraría la ropa del señor Hilfiger porque, si se trata de etiquetarse frente al multiculturalismo gringo, me ubico entre los hispanos y el insulto me compete junto a mis hermanos negros y asiáticos.
Usted decida, lector estupefacto. Al parecer, el diseñador de marras está pidiendo que gente como nosotros no compremos su ropa. Yo no veo por qué, después de tan vehemente petición, no le damos gusto. Pero en todo caso, piénselo, medítelo, a ver si encaja usted en los parámetros de superioridad humana de este diseñador exclusivo, o si es usted un igualado, o si simplemente es un latinoamericano que tiene sangre en las venas. Igualado dícese de aquél o aquélla que, por tragarse la especie de que existen seres superiores, adopta costumbres y objetos de uso que afirman esa intragable banalidad. Lo dicho: en la mera torre.
Publicado el 29/03/1999 — en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales