Archivos MRM│LA TOLERANCIA INTOLERANTE DE LA MORAL PROGRE

Una de las más socorridas y «políticamente correctas» mentiras «progres» es la de la tolerancia absoluta, una idea de suyo autoritaria porque tolerar es soportar, permitir, y la permitencia es prerrogativa del poder. ¿No sería mejor propugnar por la justicia social con medidas políticas que aseguren trabajo para todos en lugar de soslayar el problema económico ocupándose sólo de la conducta cosmética de «ser tolerante»? Porque «ser tolerante» significa, como comportamiento «políticamente correcto», una acrítica conducta aprendida al estilo de la interiorización puritana de las represiones. Y de aquí a la hipocresía no hay más que el paso de la pose para consumo externo. ¿No sería más honesto y realista admitir la intolerancia que está en la base de la sobrevivencia y de la diferenciación defensiva de los grupos sociales, para desde allí propugnar por una toma de conciencia sobre la conveniencia moral y material de convivir con los demás como seres diferenciados? Esto evitaría los linchamientos morales que los «progres» perpetran sobre las conductas laxas (equivocadas o no) tachándolas de racistas, sexistas y demás.

Aunque, ¿qué sería de los «progres» sin su licencia para linchar? Ellos, que alivian su indignación ante las mutilaciones sexuales a las mujeres oprimiendo la tecla de «reenviar» en su computadora. Ellos, que apoyan, sentados, toda suerte de medidas burocráticas contra el armamentismo, el daño ambiental, el hambre, la violencia, la discriminación, el racismo, el sexismo, la explotación, el maltrato infantil y femenino y el acoso a los migrantes, pero que se quedarían sin empleo si esos males fueran erradicados y las agencias de asistencia y los organismos de ayuda ya no tuvieran razón de ser. Ellos, que perciben a los países que al causar estos males financian simultáneamente su ilusorio remedio –mediante el asistencialismo de beneficencia– como modélicamente democráticos y «adelantados», exhibiendo así un asumido complejo de mansa inferioridad. Ellos, que llaman «progreso» a sus acciones burocráticas y que no aceptan críticas a la «democracia» que las financia, y a cuya defensa dedican su vida y en cuyo nombre linchan a diestra y siniestra.

A pesar de que en la realidad hay guerras, se violan derechos, se explota y se mutila en forma creciente, los «progres» viven en paz afirmando que se observan «avances» y «progresos», sueldeando de la cooperación internacional y con su mala conciencia tranquila gracias a su vana certeza de estar en «lo correcto». Y, por favor, no se trata de negar la validez de luchar contra esos problemas. Se trata de denunciar el oportunismo parasitario de cierto grupo humano que medra profesionalmente del dolor del prójimo y de los problemas (del todo remediables) del mundo, aceptando el pago de quienes causan esos problemas e invierten no en solucionarlos sino en montar el espectáculo de su falsa solución. Predicar tolerancia, arrojar bombas de racimo sobre poblaciones desarmadas y al mismo tiempo participar en el negocio de la reconstrucción de un país así destruido, tiene su correlato local en la defensa de los derechos de los subalternos desde oenegés pagadas por los países destructores-reconstructores y en vivir como «respetable» aprendiz de rico.

Que de hoy en adelante todos respetemos nuestras diferencias no es una exigencia realista. Tampoco utópica, porque la utopía es la idealidad de lo posible, mientras que las peticiones «progres» son idealidades inviables, impolíticas, hipócritas. Tolerar es soportar y permitir que los demás sean diferentes a mí, siempre y cuando no interfieran con mi (in)diferencia. Eso no es democracia sino autoritarismo. La democracia es convivencia y revoltijo normado, es igualdad ante la ley sin privilegios «tolerados». Y lo que digo no equivale a propugnar por la intolerancia. Equivale a admitirla como algo natural a fin de normarla de manera realista para convivir en paz, en lugar de fingir que no somos intolerantes, porque la hipocresía y la demagogia no ayudan a la democratización de la vida. Al contrario, escamotean el problema real. Ése en el que sus causantes invierten tanto para que quede oculto, reduciendo la cooperación entre las naciones a un caritativo asistencialismo tan inocuo como «progre».

Publicado en diciembre de 2003 — en Siglo Veintiuno

Admin Cony Morales