Archivos MRM│VERDADES QUE A ALGUNOS NO GUSTAN

1. La «Nación» guatemalteca, capitalista y «moderna», fue fundada a partir de la Revolución Liberal de 1871, hecho que origina al Ejército de Guatemala como la fuerza militar y política que está en la base de dicha «Nación» (las comillas obedecen a que la Nación y la nacionalidad en Guatemala constituyen todavía un proceso incompleto debido a la escisión étnica y la inter-discriminación).

2. La incompletitud del proyecto nacional, la no-integración étnica, la no asunción del mestizaje como eje de la nacionalidad y la remitencia a «purismos» mayas, españoles y ladinos para afianzar identidades culturales, constituyen desarrollos ideológicos de la matriz colonial que está en la base de nuestro desarrollo capitalista, a saber: la división clasista entre peninsulares, criollos, ladinos e indios. Los grupos que sobreviven (ladinos e indios) han desarrollado ideologías mutuamente repelentes e igualmente dolorosas. El ladino, surgido en la Colonia como un estamento intermedio dedicado a los servicios, profesa, por lo mismo, una actitud leguleya, arribista, oportunista y servil hacia quien se encuentra en una mejor posición de poder.  El eje ideológico sobre el que descansa su sentido de solidaridad y de identidad es su diferenciación respecto del indio, la cual se materializa en la discriminación, el desprecio y el humor negro hacia su contraparte autóctona.  El indio, por su parte, es un ser escindido entre un pasado que pervive «gracias» al subdesarrollo capitalista que basa su reproducción en las formas precapitalistas de producción indígenas, y un presente que el mundo ladino a la vez le ofrece y le niega: el mundo del consumo.

El drama del indio consiste en que, al ladinizarse, deja de ser indio ante los indios, pero nunca deja de serlo ante los ladinos. Y eso lo sitúa en un limbo de angustia frente al que desarrolla huraños mecanismos de defensa que algunos antropólogos identifican como «resistencia cultural».

3. El protagonismo político de los movimientos indios en la actualidad, así como su autonomismo y beligerancia anti-ladina tiene un desarrollo histórico que arranca con la resistencia ante la guerra de Conquista y luego con los motines de indios a lo largo de toda la Colonia, pero tiene también un origen reciente que no es otro que lo ocurrido durante la guerra contrainsurgente en los años ochenta, a saber: la guerrilla cometió un imperdonable error militar de consecuencias históricas, el cual consistió en que, ante el embate contrainsurgente, abandonó a su suerte a su base de apoyo, a la masa civil, la cual fue masacrada por su enemigo, el cual ponía en práctica la estrategia de «quitarle el agua al pez». Este error no fue cometido por los revolucionarios salvadoreños, y es por eso que su proceso de negociación y su situación actual respecto del poder político acusan una diferencia cualitativa respecto del caso de Guatemala, en donde la fuerza revolucionaria fue derrotada debido a este error increíble ya a principios de 1982, año en el que quedaron sentadas las bases del desenlace militar de la guerra, el cual situó como vencedor al Ejército.

El juego de guerra que ha venido suscitándose desde entonces hasta ahora es un montaje macabro en el que los sectores guerreristas de ambos bandos han asumido una complicidad tácita basada en el hecho de que el juego de la guerra se convirtió en su modus vivendi.  En la izquierda revolucionaria estuvo siempre vigente la división indio-ladino, según los términos enunciados antes, durante los años ochenta, durante los cuales, gracias a Acción Católica, la población indígena se incorporó masivamente a la guerrilla en el altiplano. El desenlace de masacre y abandono de la masa civil, determinó el autonomismo que ahora acusa el movimiento indio en todas sus vertientes. Las causas del divisionismo de este movimiento se remiten a ideologías ladinas de izquierda (recursos económicos internacionales, sectarismos, competencias políticas, ansias de poder, verticalismos, etc.).

4. La derrota militar de la izquierda revolucionaria sustenta su derrota ideológica, la cual es el resultado de largos desarrollos que arrancan de su matriz original: militares y burócratas stalinistas. Esta matriz pequeñoburguesa conformó la moral ladina (caracterizada antes) que animó la acción revolucionaria bajo la máscara de moral proletaria.

En pocas palabras, la moral revolucionaria se pareció demasiado a la moral de su enemigo y eso carcomió sus estructuras espirituales al sobrevenir la desconfianza mutua, la ausencia de solidaridad, la eliminación de rivales de poder, etc. De eso a la descomposición y la corrupción no hubo ni siquiera un paso. El anecdotario a este respecto es amplio y variado, sobre todo en los países en los que se situó la diáspora, como México, Cuba, Nicaragua y Costa Rica entre otros. (Nota: La crítica de la izquierda no es una negación de su aporte histórico. Es una necesidad y una obligación ciudadana).   Seguiremos enunciando más verdades que a algunos no gustan…

Publicado el 05/03/1993 — en Revista Crónica

Admin Cony Morales