Archivos MRM│MACDONALDIZACIÓN Y COLOMBIANIZACIÓN DEL FUTURO

El consumismo propicia, entre otras compulsiones cuyo ejercicio alivia momentáneamente el miedo, la drogadicción. El consumismo también fomenta el miedo. Los anuncios televisivos de la industria farmacéutica estimulan la hipocondria en los espectadores, de la misma manera como los de cosméticos fomentan el temor de parecer feos e inadecuados. Es el miedo -agitado por los medios masivos para empujar a los espectadores a ciertos consumos (de medicinas, cosméticos y demás)- lo que en Estados Unidos lleva a la gente a comprar armas y a matarse entre sí, como lo muestra Michael Moore en su excelente película Bowling for Columbine, que toda persona inteligente y crítica debería ver.

El consumo como tal no tiene nada de pernicioso. Es el consumismo -es decir, la ideología compulsiva que convierte el acto de consumir en un valor tanto más alto cuanto más veces repetido- lo que destruye la voluntad, la capacidad de discernimiento crítico y la libertad de opción. Las «opciones» que ofrece el consumismo son equiparadas por sus exégetas con la «libertad» humana, pero cualquiera que comprenda que la demanda está determinada por la oferta mediante la publicidad y el mercadeo, aceptará que esa «libertad» no es sino la más abyecta de las esclavitudes.

El consumismo es también responsable del auge de formas de poder que subvierten las estructuras democráticas y que tienen que ver con todas las variantes de corrupción posibles al interior de esas estructuras. El caso Enron-Halliburton y su relación con la camarilla fascista que ocupa la Casa Blanca, así como el narcotráfico como contrapoder político en Colombia y en Guatemala, ilustran esta idea. En dos platos: la ideología del consumismo (visto como «sentido de la vida») ha llevado a estos poderes paralelos a manipular las estructuras participativas de la democracia y a vaciarlas de los contenidos liberales que las originaron, dejándoles la sola función de servir a intereses corporativos, legales o ilegales.

Es por ello que la política en América Latina oscila entre el crimen organizado (visto como «capital emergente») y las oligarquías tradicionales (vistas como élites privatizadoras de los activos estatales). Y es por ello que en Argentina y México los empresarios metidos a políticos saquearon sus países dejándolos en la bancarrota, y en Brasil Lula no puede hacer nada contra los intereses neoliberales, ni en Colombia se prospera contra los narcos. Del otro lado, los populismos gritones expresan las conocidas amalgamas entre guerrillas izquierdistas, militares contrainsurgentes, el lumpen y los narcos. Es el caso colombiano y el del riosmontismo izquierdoderechista de Guatemala.

En este país, la política oscila entre el partido del crimen organizado (de Ríos Montt), representante del «capital emergente» de nuevos ricos corruptos y criminales, y los partidos de los oligarcas y empresarios neoliberales, representantes de la corrupción privatizadora del fundamentalismo mercadológico. Esta siniestra bipolaridad anula la posibilidad de democratizar el país porque ninguna «opción» ofrece una salida a los problemas sociales que produce el consumismo frustrado de las masas. En otras palabras, entre los corruptos nuevos ricos y los corruptos oligarcas, no hay opción.

Pero ambos bandos presionan al pueblo para que vaya a votar y así seguir aparentando que hay democracia, requisito cosmético indispensable para que la cooperación internacional siga financiando este estado de cosas, manteniendo a la sociedad civil dispersa, peleándose por sus financiamientos y neutralizada en sus posibilidades de diseñar un proyecto de nación con un perfil interclasista e interétnico.

Las elecciones del próximo noviembre en Guatemala están signadas por esta paralizante bipolaridad. En medio de un estúpido bombardeo consumista, el electorado deberá escoger entre un capital y el otro, entre una corrupción y la otra, entre una estafa y la otra. Y hay que ver cómo las buenas conciencias llaman al vulgo a votar, y cómo ningún partido propone parar este péndulo. Por ahora, pues, no existe salida política para ningún país de América Latina y menos para Guatemala, por lo que su futuro visible no rebasa los asfixiantes abismos de la macdonaldización y la colombianización.

Publicado en agosto de 2003 en Siglo Veintiuno

Admin Cony Morales