Quizás el rasgo más sobresaliente de la estética nice (léase: náis, por las dudas) lo constituya su artificialidad. Lagos creados por medio de embalses que le dan un toque agreste a las urbanizaciones llamadas exclusivas, senderos para caminar o trotar llenos de piedra llevada de otras latitudes, puentes de troncos y falsos riachuelos que se pierden en el recién cortado follaje. En lo referido a la decoración, lo nice puede oscilar desde las orquídeas raras hasta las flores de plástico, pasando por toda suerte de esculturas étnicas que pueden desplegar elefantes de la India, camellos del Medio Oriente o flamingos de la Florida.
Lo nice transforma asimismo las ciudades del pasado en una especie de enormes tiendas de souvenirs ubicadas en museos para turistas desprevenidos, de esos que esperan hallar un McDonald’s a la vuelta de las obras maestras que los guías les invitan a contemplar con aire aburrido. En efecto, lo nice es, fundamentalmente, artificial. De una artificiosidad un poco degradada por el mal gusto y la vulgaridad del lucro sin más horizonte que el lucro mismo.
Es una actitud de lo más nice separarse de la ciudad y del común de la gente para refugiarse en exclusivas colonias que se antojan cementerios, y lo es también alejarse de las zonas residenciales para fundar ciudadelas propias que se hacen rodear de murallas, sabuesos y policías para evitar que quienes no pueden pagarse semejante lujo puedan siquiera asomar las narices por las cercanías. Es muy nice ser exclusivista, aunque esto no sea sino otro adocenamiento.
La ilusión de exclusividad y cualquier esfuerzo por alcanzarla y vivirla es sin duda una actitud nice, es decir, artificial. En tal sentido, la mentalidad nice no respeta clases sociales. Tiene que ver con los sentimientos de inadecuación que por medio del despliegue de los estilos de vida artificiosos de ciertas celebridades (igualmente artificiales) se crea en el público receptor por medio de los mensajes emocionalmente desestabilizadores de la televisión y las revistas de modas.
Esa ilusión de exclusividad, de obsesión por la moda, ha convertido a la ciudad de Antigua en una tienda de souvenirs de museo para turistas desprevenidos, y la ha vuelto inocua en cuanto a sus otrora vigorosos ecos de historia colonial. De ser la antigua Capitanía General de Centroamérica ha pasado a ser la ciudadela nice en la que la artificialidad se practica como si fuera exclusividad, el mal gusto como si fuera cultura, y al pueblo se lo pone en escena como si fuera una manifestación real de identidades diferenciadas en el marco de azules volcanes, atardeceres explosivos y tenue bruma de mariguana.
Ciudad nice para gente nice, Antigua permanece viva en algunos de los antigüeños que todavía no han sido infectados por el virus de la ilusión de exclusividad y la mentalidad nice. Su actual encanto es el de las flores de plástico que adornan los panteones, o el de las falsas ciudades de los campos de diversiones de Orlando. La ciudad se ha preservado para la posteridad, pero como un cadáver disecado, como una extraordinaria momia nice, como un desordenado museo en el que la más ruidosa actividad es la de la gente nice que llega a ensuciar su ambiente, orillando a los propios a replegarse y a rebelarse con paciencia y perseverancia que nada tienen de nice.
Allí, Pedro de Alvarado y Bernal Díaz del Castillo son nombres de cocteles azucarados. Doña Beatriz La Sin Ventura es nombre de hoteles y pensiones. Allí, el pueblo se viste de pueblo y sale a la calle a vender su cultura por migajas. Allí se consigue de todo. Y el ambiente es nice. ¿Qué más artificialidad se puede pedir para una persona nice?
Publicado el 20/11/1998 en Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales