El lunes 25 de octubre, a eso de las diez de la mañana, vimos ondear “libre al viento” la hermosa bandera de Guatemala, que colgaba de un asta saliente en un alto edificio sobre la soberbia avenida Michigan, en Chicago, desplegando los colores azul y blanco y con su inconfundible pajarito de pecho colorado al aire, de cuya especie se dice que un país centroamericano exporta unos cien al año para propietarios de gustos exóticos en países lejanos. Era un espléndido día de otoño. Pensamos en subir al consulado guatemalteco a saludar al personal, pero como no teníamos ningún trámite que realizar, decidimos no hacer perder el tiempo a nadie y nos encaminamos hacia el consulado de México, adonde fuimos a obtener una visa a fin de visitar Colima el primero de noviembre.
Desde el piso 94 de la torre Hancock, el lago Michigan dormía brutal, lamiendo la ciudad mientras transeúntes con espíritu deportivo aprovechaban el soleado día para correr a lo largo de la ribera. Caminando por una calle con tren elevado, la visión de la bandera chapina ondeando sobre la enorme avenida seguía obsediéndome porque me remitía al caldeado clima eleccionario que vive el país en estos días y sobre el cual no quiero escribir. Cuando ya veníamos de regreso a Iowa por la carretera 80 y el sol nos pegaba de frente durante todo el largo caer de la tarde, el nervioso movimiento del pabellón nacional llenaba mi imaginación al extremo de haberme arrepentido de no haber subido a mi consulado a saludar a nuestros funcionarios y de ni siquiera haber tomado la dirección exacta: sólo sé que está a una cuadra del consulado de México.
Cuando revisé mi correo electrónico al llegar a casa, hallé –como es usual en estos días– una buena cantidad de mensajes de grupos altruistas que se han dado a la tarea de escribir en contra del FRG y de Ríos Montt, lo cual a mi me parece muy bien a no ser porque no se pronuncian en contra del PAN y pareciera que atacar a uno equivale a avalar al otro y eso no huele bien porque definitivamente hay algo podrido en Guatemala: el corrupto e impune sistema democrático tal como está. En efecto, el dilema guatemalteco es que no importa quién quede electo para administrar el Estado y ejercer el poder político, de todos modos el país como totalidad no sale bien parado. Y eso lo sabe el pueblo, por eso se abstiene de votar. El pueblo no es tonto, no hay necesidad de “hacerle conciencia” sobre quién es y qué hizo Ríos Montt porque lo sabe demasiado bien. Tampoco necesita que se le canten las bondades de la democracia y el bipartidismo porque no es tan bruto como lo creen los “expertos” en democracia, elecciones y participación ciudadana: el pueblo guatemalteco tuvo democracia moderna antes que muchos países latinoamericanos, en 1944, y se la arrebataron con violencia. Si los exiguos votantes se inclinan por Ríos Montt y todo lo que éste representa (autoritarismo, voluntarismo y personalismo políticos) es porque proyectando su frustración en quien ha prometido (falsamente) cumplir los sueños de poder de quienes han estado marginados del mismo, éstos compensan una carencia llena de frustraciones, ira e impotencia que les ha sido recetada por la oligarquía, el Estado militar, y por esta democracia corrupta de maquiladores políticos que eructan y secretan discursos demagógicos en forma gratuita. Todo lo cual me lleva de nuevo a los violentos e iracundos sacudones del pabellón nacional, que así protesta en estas tardes soleadas de Chicago contra quienes pisotean lo que alguna vez quiso inútilmente representar.
Publicado el 30/10/1999 ― en elPeriódico
Admin Cony Morales