Los jóvenes de veinte o treinta y tantos años, esos que han vivido su niñez, adolescencia y juventud en los años setenta, ochenta y noventa, a menudo expresan su malestar respecto de una ausencia de identidad generacional en ellos, y frecuentemente suelen compararse con la generación sesentera, a la que atribuyen ideales, sentido de sacrificio, creatividad, protagonismo y responsabilidad histórica. Claro que hay algunos de ellos que se asumen como Generación X y aceptan todas las características que se le atribuyen a esta denominación, a saber: ausencia de ideologías, de sentido de responsabilidad colectiva y, por el contrario, entrega completa a los valores del mercado, del consumismo y del individualismo seguidista que el establishment pone como condición del éxito a quienes aceptan venderle su alma a cambio de la efímera satisfacción que ofrecen las mercancías. En ambas actitudes extremas existe un denominador común: la confusión y la esquizofrenia generacional, con el consiguiente limbo en materia de valores estables.
Esto no podía ser de otra forma si tomamos en cuenta que estas generaciones fueron recibidas por el establishment con una moda de sobresaturación de violencia televisiva que los hizo, en un inicio, amantes de la intolerancia como forma de vida, al estilo de Taxi Driver; sin embargo, después, debido a las necesidades de la era Reagan, fueron indoctrinados en la represión sexual (sobre todo por medio del terror al SIDA) y el puritanismo religioso y anticomunista, todo lo cual empató perfectamente con la crisis del catolicismo (tradicional y contestatario) y de la izquierda mundiales. De aquí (y siempre debido a las necesidades del sistema), se les hizo creer que eran una generación compasiva y preocupada por el medio ambiente y la pobreza mundial (vista en abstracto), así como abogados pasivos de causas nobles, como las que atendía la princesa Diana (una de sus heroínas generacionales); y, finalmente, hoy en día, se les ha convertido en los principales consumidores de los CDs y videoclips de la estética posmoderna, que va desde el rap hasta los boleros cantados por Pavarotti, pasando por el hard rock debidamente enlatado por MTV. ¿Cómo no experimentar esquizofrenia generacional con semejante licuado de inoculaciones identitarias?
Los hacedores de mentalidades, los expertos en mercadeo de la industria cultural juvenil, se propusieron —después de la ola sesentera— crear una generación de jóvenes con una identidad enteramente parchada por los seudovalores transmitidos por el cine y la televisión. Lo lograron. El producto es la llamada Generación X. Interesante resulta tratar de especular acerca de la clase de adultos (padres, esposos) que estos jóvenes de veinte y treinta y tantos años serán o están ya siendo, así como preguntarse sobre qué tipo de relación tendrán con sus hijos, los valores que les inculcarán, etc.
No existen las generaciones juveniles químicamente puras. No todos los jóvenes de los años sesenta respondieron al estereotipo de ellos que la industria cultural les ofrece a los jóvenes de ahora para que consuman una nostalgia de algo que no vivieron. Por tanto, tampoco la Generación Xes algo compacto y adocenado. Su liberación radica en que los jóvenes de veinte y treinta y tantos años lleguen a conocer cómo funciona el sistema que les creó su propio estereotipo generacional, y que dejen de creer en la televisión como fuente de verdades sobre la vida. Ese es el primer paso para desconstruir su encasillamiento consumista y para forjarse una identidad genuina, original, humana y autónoma.
Publicado el 28/12/2005 — en La Insignia
Admin Cony Morales