Un mes después de los criminales atentados terroristas contra Estados Unidos, la vociferada guerra de Bush contra Afganistán y otros Estados que él acusa de albergar terroristas, no ha dado inicio a pesar de la histeria belicista en la que los medios masivos han sumido a la opinión pública estadounidense, y del discurso agresivo de Inglaterra en contra del régimen talibán. Esto se debe a que la coalición antiterrorista mundial formada por Bush se solidariza con Estados Unidos en público pero en privado le pide pruebas fehacientes de que Osama Bin Laden de verdad tiene la capacidad de perpetrar ese tipo de atentados, o si, como ha dicho el intelectual estadounidense James Petras, se trató de grupos aislados de fanáticos fundamentalistas, lo cual dejaría muy malparados al FBI y a la CIA, que ni siquiera olfatearon el devastador ataque.
La inconsistencia de las pruebas presentadas hasta ahora, así como la dilación de los ataques masivos contra los talibán, no deja duda de que el apoyo a la guerra total con la que sueña el ala belicista de los republicanos es exiguo y que se ha venido imponiendo la línea cautelosa de Colin Powell, que plantea destruir al terrorismo de verdad y no tomar eso como pretexto para estimular un mercado mundial de armamento mediante una guerra desordenada que involucraría directamente a Europa, Asia y el Medio Oriente, los cuales lucharían por hegemonizar en el control de los yacimientos petrolíferos de la amplia zona en conflicto, y también sobre su red de oleoductos ya construidos y por construir. El criterio de que Bin Laden no tiene la capacidad de perpetrar un ataque como el del 11 de septiembre es creciente, cuestión que de ninguna manera lo convierte ni por asomo en un inocente, pero sí evidencia que la ultraderecha republicana, al haberle puesto nombre y apellido al cerebro de los atentados con el fin de que su opinión pública desinformada tuviera una imagen en la cual descargar su justa ira, no ha podido hasta ahora reunir evidencia contundente para inculpar a su bad guy y justificar su guerra total contra Afganistán y los otros Estados acusados de albergar terroristas.
En tal sentido, el hecho de que Estados Unidos, el mayor deudor de Naciones Unidas, haya pagado más de la mitad de su deuda a esa entidad a cambio de que su Consejo de Seguridad le diera el apoyo a su proyecto de guerra, y que también haya comprado la voluntad del gobierno de Pakistán (hasta hace unos días declarado como Estado terrorista) y la de la afgana Alianza del Norte, quizá vaya a tener la utilidad de servir como plataforma para desmantelar efectivamente bases terroristas y no como pretexto para impulsar el marketing mundial de las armas, que ya empezó con la venta de armamento a Pakistán. Si esto ocurre, quizá Colin Powell (y no Bush) se perfile como el Nobel de la Paz del 2002 y como el primer presidente negro de Estados Unidos. Lo que se puede sacar en claro de todo esto es que, a pesar del boom de las ventas de armas en Estados Unidos, del odio contra los árabes desatado allí por la acción de sus medios masivos y de la consiguiente sed de venganza que agobia a ese pueblo, es que la cordura de gente como Powell y, desde otra perspectiva ideológica, de intelectuales estadounidenses preclaros como Noam Chomsky, Susan Sontag y James Petras, entre otros, así como de los aliados más listos de la coalición antiterrorista mundial, ha impedido hasta ahora que la guerra total, desordenada y de imprevisibles consecuencias con la que sueñan los fabricantes de armas, nos lleve a todos al abismo.
Publicado el 06/10/2001 — En Siglo Veintiuno
Admin Cony Morales